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SIN PAÑOS TIBIOS

Sólo importa el recuerdo

Frente a la muerte, el replicante Roy Batty eligió la vida. Pudo haber matado a Deckard, pero decidió perdonarlo en un gesto de humanidad; una especie de reconciliación con la condición que le fue negada. En los últimos segundos de su robótica existencia, más que a su código de programación apeló a los recuerdos, los que definían su vida; los que irremisiblemente “se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”.

Somos acumuladores, las cosas que tenemos nos definen; las que pretendemos dan sentido a nuestras vidas y el deseo de poseerlas nos empuja hacia adelante. Lo de la sostenibilidad ambiental de este modelo productivo que el consumismo y la industria de bajo coste ha masificado es otra cosa; quedémonos en la pulsión de poseer que nos acompaña desde las cavernas, cuando soñábamos con tener el cuchillo de pedernal más afilado, o las mujeres ansiaban collares de caracolillos marinos traídos desde lejos.

Hoy que podemos tener casi todo lo básico para vivir, creamos necesidades destinadas a satisfacer nuestra vanidad o ego, no nuestro estómago o impulsos vitales.

Ahora que los objetos nos saturan, la materialidad nos abruma, los algoritmos de redes sociales y navegadores identifican nuestro patrón de comportamiento y construyen un perfilamiento más acabado para empresas que ofertarán productos más ajustados a nuestros gustos o aspiraciones, etc., nuestra identidad se niega a diluirse en lo corpóreo y se refugia en lo intangible.

Las inundaciones en España han sido dramáticas y, mientras vecinos de pueblos afectados intentan recobrar la normalidad perdida, muchas familias tratan de recobrar los recuerdos. Pasa allá o en Ucrania, Gaza (ahora en Líbano), donde guerras crueles e ilegales destruyen vidas y bienes, desarraigando familias del territorio, pero también de su vinculación con la historia vivida, a la luz de la desaparición de los nexos materiales con la cotidianidad.

La clave de la supervivencia y triunfo del homo sapiens reside en su capacidad de resiliencia; de sobrepasar cualquier situación traumática o devastadora y comenzar –otra vez–, desde cero. Aún así, ¿cómo nos conectamos con el pasado cuando las pruebas del mismo desaparecen?, ¿cómo empezar de nuevo sin nada que nos vincule a una vida de la que ya no quedan huellas? Cuando desaparecen fotografías, objetos, pertenencias, etc. vinculados a los afectados o sus ascendentes familiares, más allá de lo que se tenga guardado en “la nube”, ¿cómo empezar de nuevo?

Entonces, son nuestros recuerdos –no nuestras cosas– los que dan sentido a nuestra existencia; los que nos enraízan con un propósito de vida. Esos que llevamos dentro. Las vivencias, abrazos de nuestros seres queridos, la caricia de los padres y abuelos, el friíto en el estómago cuando ella nos mira, la incertidumbre que precede al primer beso, el silencio sobrecogedor de un atardecer en Valle Encantado. Somos la suma de pequeños recuerdos, los que nos hacen sonreír con tan sólo pensar en ellos.

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