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Donald Trump: Un fenómeno sociopolítico desafiante

El fenómeno Donald Trump, ingente desafío político-electoral, se desmarca del análisis tradicional y de la escuela política clásica, ya que envuelve también un reto psicosocial.

Dos columnas antiguas soportaron el peso histórico de una emoción primitiva y de un concepto seductor. Ambas, pese al cambio de escenario, han sido recuperadas del discurso autoritario y penetran con avidez al espacio político de nuestro tiempo: el miedo y la grandeza. Trump factura el miedo para advertir de un inminente peligro; la grandeza, como promesa y rescate de un esplendor desvanecido…

Para Walter Benjamin, el mesianismo busca reavivar las esperanzas del pasado en la lucha y las astillas del presente. Es más fácil comprender las intenciones que motivaron su victoria que las razones del naufragio demócrata. Concatena con el auge autoritario aupado por el credo ultraconservador que invade la cultura occidental. Más allá de Estados Unidos, Trump simboliza esa bandera del barco vengador que surca el mundo posmoderno.

Mosaico ideológico y melting pot de sentimientos, creencias y pulsiones abastecen al prototipo del neopopulismo embriagante que arrastra multitudes dentro y fuera de los linderos estadounidenses.

Sermón patriótico, contra el progresismo, inflación, un radical discurso antinmigración y viraje repentino del voto hispano sellaron su regreso, relampagueantemente convincente. Ideario mercadológico y mesiánico -con faceta populista y autocrática- donde predomina el sujeto masculino, jóvenes, mujeres maduras, creyentes, trabajadores blancos (55%) y el pendular y movedizo sentimiento latino que ascendió del 35% (2020) al 45% el 5 de noviembre. Los menos educados, entre 45 y 64 años, le favorecieron con 54%, los de mayor formación (57%), votaron contrario. Derrumbe iconográfico fue el llamado “muro azul” -Pensilvania, Michigan y Wisconsin-, ex bastión demócrata, donde el voto latino, que representa un 5% del total, resultó sorpresivo y crucial.

Kamala Harris solo estuvo delante, lo inesperado, con el 54% del voto femenino, distante del 2020 cuando Joe Biden consiguió un holgado 57%.

Aplaudido en vallas y pantallas globales, Trump remonta cualquier programa político-electoral. Reivindica otra vertiente psicosocial, insuflada por el miedo ensayado y la grandeza prometida. Manifiesto acartonado que proclama a new political lifestyle; generación que, aparte de rabia interior y desprecio externo (transcritos en el cibermundo), reniega del proyecto democrático liberal. Simpatizantes y seguidores que no esconden su autoconcebida templanza y catadura moral, son devotos convencidos (con ardor religioso) y fieles practicantes del trumpismo moralizador...

Superpuesto o paralelo a esa subjetividad social, el ligamen tecnológico participa en la reconstrucción de sujetos con actitudes culturales absolutamente cambiantes, reforzados por cualidades inéditas de otra capa identitaria: la mediática. Limitado de tiempo para la reflexión, el individuo reacciona más que lo que decide. Experimenta la mayor “presentificación de la historia, espejo de satisfacción y hedonismo desinhibido y situado en el hipertiempo proliferante (Chabot, 2023).

Sadin (2024) sugiere aquí la distinción entre voluntad e intención. La voluntad, objetivos amplios, pensados y determinados; la intención, un fin modesto, pragmático y circunstancial. El mercado tecno-liberal explora y explota esta condición divergente, captando el sentimiento político inmediato y coyuntural. Nuestro régimen existencial provisto de flujos psicológicos y fisiológicos atrae ciudadanos acurrucados, sin espíritu crítico, condicionados para otra forma de poder y obediencia, acomodados con laxa emotividad y dulzona quietud.

El presente es un hecho incompleto, sumido en un inabordable fenómeno de desincronización: “cuando tomamos conciencia de lo que está sucediendo, ese algo ya está instalado”, pasivamente sometidos al ritmo vital señalado, pues, distante del ayer, son innecesarias la coacción y la imposición forzada: el mundo fluye como fue diseñado, libertariamente sin estorbos visibles ni restricciones palpables.

Enorme indiferencia afectiva que habla por una generación política que, aunque cuenta con todas las herramientas gramaticales de la historia, comienza escribiendo con minúsculas y termina esgrimiendo un agravio.

“La creciente pixelización de la vida lleva impresa aquella subjetividad. El individuo posmoderno, merced a la pantalla, se piensa omnipotente, la esferización de nuestra psiquis le confiere un sentimiento de autosuficiencia tal que borra responsabilidades y despacha todo cuanto no resulte agradable o apropiado a su intención...”

Trump no es preludio ni final de una tremulante época política; es consecuencia del desconcierto liberal que va quedándose sin municiones democráticas frente a una ultraderecha ingeniosa que conoce su tiempo, utiliza la ignorancia y dispara con astucia sobre los ornamentos de un mundo que reclama mejor y más justo diseño democrático.

Más que Donald Trump, el problema es su devocionario. Porque, como escribiera Benjamin: ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si este saliera victorioso…

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