La fe, un concepto polisémico

Cuando nos proponemos definir la fe, regularmente generamos una tautología: “fe es creer y creer es tener fe”. Coloquialmente adoptamos el verbo “creer” en contextos diferentes, por ejemplo: “creo que”, “te creo” y “creo en ti”. La expresión “creo que” indica una posibilidad, no una seguridad objetiva (“creo que hoy lloverá”). La persona que hace este tipo de aseveración tiene indicios o elementos para afirmar lo que dice, pero no es algo irrebatible. “Te creo”, en cambio, se refiere a la afirmación que hace una persona (Carlos le dice a Josefina: “La semana pasada no pude participar del evento porque estaba afectado por la gripe”. Ella le respondió: “Te creo”). La expresión supone una confianza limitada y está circunscrita a una afirmación concreta.

La expresión “creo en ti”, en cambio, no hace solo referencia a una afirmación concreta, sino que compromete a toda la persona, con su ser y con su forma de actuar. “Creo en ti” equivale a decir “confío en ti”; alude a un trato de confianza plena en la otra persona.

En el ámbito religioso o de fe, las expresiones “te creo” o “creo en ti” guardan una estrecha relación. La fe no implica solamente “creer en Dios”, sino “creerle a Dios” (“te creo”). Abrahán es el prototipo de creyente, padre de la fe: “Creyó Abrahán a Dios y Dios se lo tuvo en cuenta para su justificación”.

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