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La fe, un concepto polisémico

Cuando nos proponemos definir la fe, regularmente generamos una tautología: “fe es creer y creer es tener fe”. Coloquialmente adoptamos el verbo “creer” en contextos diferentes, por ejemplo: “creo que”, “te creo” y “creo en ti”. La expresión “creo que” indica una posibilidad, no una seguridad objetiva (“creo que hoy lloverá”). La persona que hace este tipo de aseveración tiene indicios o elementos para afirmar lo que dice, pero no es algo irrebatible. “Te creo”, en cambio, se refiere a la afirmación que hace una persona (Carlos le dice a Josefina: “La semana pasada no pude participar del evento porque estaba afectado por la gripe”. Ella le respondió: “Te creo”). La expresión supone una confianza limitada y está circunscrita a una afirmación concreta.

La expresión “creo en ti”, en cambio, no hace solo referencia a una afirmación concreta, sino que compromete a toda la persona, con su ser y con su forma de actuar. “Creo en ti” equivale a decir “confío en ti”; alude a un trato de confianza plena en la otra persona.

En el ámbito religioso o de fe, las expresiones “te creo” o “creo en ti” guardan una estrecha relación. La fe no implica solamente “creer en Dios”, sino “creerle a Dios” (“te creo”). Abrahán es el prototipo de creyente, padre de la fe: “Creyó Abrahán a Dios y Dios se lo tuvo en cuenta para su justificación”.

Pero, ¿Qué es la fe? La Carta a los hebreos ofrece una definición estupenda: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Este enunciado ofrece garantías, pruebas y anticipos. Por supuesto, la fe no deja de ser una especie de “salto en el vacío”.

La “fe”, antes de ser un fenómeno religioso, es una realidad antropológica. El ser humano es esencialmente, un ser “creyente”; esto incomoda a la moderna razón crítica, pero gran parte del aprendizaje lo efectuamos creyendo.

Si todo lo aprendido de otras personas lo elimináramos de los archivos, incluyendo las seguridades científicas que tienen como referentes a: médicos, físicos, químicos, ingenieros, filósofos o teólogos; nos quedaríamos con unos conocimientos muy limitados.

El término “fe”, por ser polisémico, comprende significados que proceden de contextos distintos. En la medida en que se unifican todos estos significados, nos acercamos efectivamente a los distintos asuntos.

Por ejemplo, la fe puede hacer referencia a una experiencia existencial o al camino que se necesitó para llegar a ella; al acto de creer (fides qua creditur), o al contenido de la fe, al Credo (fides quae creditur): habla de confianza, capacidad de escucha y de diálogo. La fe es esencial en la religión. Según san Agustín, Dios incorporó en el corazón humano el deseo de buscarlo: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Hay que reconocer, con el teólogo alemán Rudolf Otto, que Dios es un misterio “tremendo y fascinante”. No todos acuden a Él, pero es siempre una posibilidad al alcance de todos. 

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