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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Distracción: querer imponer lo que solo nace de la libertad

Con la proverbial honestidad castellana, Adolfo Nicolás enfrentó una distracción que causó muchas divisiones dolorosas: “durante un buen número de años estuvimos divididos en nuestras congregaciones religiosas –incluida nuestra Compañía- entre los del sector social y los de la educación; entre los que sirven a los pobres y los que sirven a la élite. Justificamos –o tratamos de justificar- las elecciones teológicamente, sin darnos cuenta de que se trataba realmente de una operación ideológica. ¡Qué distracción! No siempre entendimos que una opción preferencial por los pobres era una opción por amor, desde el corazón, desde adentro, como cuando Jesús sintió compasión por las multitudes pobres. Una opción por los pobres no se puede “exigir” a los demás, porque tiene que venir del corazón. Sin esta importante idea, tradujimos “opción preferencial” como “obligación moral” y nos sentimos justificados al exigir esto a todos, bajo la amenaza de considerarlos menos cristianos, menos comprometidos, menos evangélicos. Cuando lo llevamos al extremo, ni siquiera podíamos tratar con ellos como hermanos y hermanas; eran traidores a la causa del Evangelio.”

Ya vimos en el artículo anterior, cómo Adolfo Nicolás señalaba a jesuitas “distraídos”, identificados con los intereses de un sector social y por eso rechazaban que la Compañía se empeñara en promover la justicia. Así los vivieron Arrupe y Kolvenbach. Cito al Padre Kolvenbach en la Universidad de Deusto, Bilbao, el 13 de noviembre el 2007: “Si deseamos trabajar por la justicia de una forma seria y hasta sus últimas consecuencias, la cruz aparecerá de forma inmediata en nuestro horizonte. Si somos fieles a nuestro carisma sacerdotal y religioso, aun cuando actuemos con prudencia, veremos levantarse contra nosotros a aquellos que en la sociedad industrial de hoy practican la injusticia, a aquellos que por otra parte son considerados como excelentes cristianos y que quizá hayan podido ser nuestros bienhechores, nuestros amigos e incluso miembros de nuestras familias: nos acusarán de marxismo y de subversión. Nos apartarán su amistad y con ello retirarán su antigua confianza y su apoyo económico. ¿Estamos dispuestos a asumir esta responsabilidad de entrar en el camino de una cruz más pesada, a llevar las incomprensiones de las autoridades civiles y eclesiásticas y de nuestros mejores amigos? ¿Estamos nosotros mismos dispuestos a ofrecer un verdadero testimonio en nuestra vida, en nuestros trabajos, en nuestro estilo de vida?”

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