MIRANDO POR EL RETROVISOR
Las lecciones de unos comicios
He visto a muchos en este patio trasero de Estados Unidos preguntarse cómo la sociedad norteamericana eligió a un “misógino”, “delincuente”, “condenado penalmente” y hasta “loco” como su presidente número 47.
Pocos días antes de las recién concluidas elecciones estadounidenses en que Donald Trump obtuvo un rotundo triunfo sobre su contrincante demócrata Kamala Harris, la victoria del magnate republicano parecía improbable, aunque las encuestas vaticinaban un “final cerrado”, pero siempre favorable a la actual vicepresidenta de Estados Unidos.
¿La razón? Todo obraba en contra del expresidente Trump. Las encuestas siempre lo dieron por debajo de su contrincante, casi empate a última hora para cuidar su prestigio, en caso de que finalmente lograran cambiar la real percepción.
Su discurso seguía siendo incendiario, incluso contra sectores con opción de voto. Precisamente se citó como razón de su eventual derrota el peso de la comunidad latina, debido a su advertencia de deportaciones masivas de miles de inmigrantes con estatus irregular.
La mayoría de los medios de comunicación, con el aval de su histórica influencia, también cerraron filas a favor de la aspirante demócrata. Fue tal el compromiso que a The Washington Post, el medio del empresario Jeff Bezos, le cancelaron cerca de 250,000 suscripciones por la osadía de quedarse neutral. Porque la consigna era “Todos con Harris”.
Los medios de comunicación y agencias de noticias internacionales se empeñaron en destacar todo lo negativo de Trump, obviando las flaquezas de Harris, con informaciones donde era ostensible una burda manipulación. Eso lo reprodujeron sin filtros la mayoría de los medios dominicanos, algunos pensando erróneamente que podían también influir en la decisión de los estadounidenses.
Otro factor. Las recaudaciones de Harris alcanzaron cifras astronómicas, lo que le permitió tener dinero a borbotones para su promoción. A eso se sumaba el apoyo estatal y la salida al ruedo para respaldarla de figuras como el ex presidente Barack Obama, con el prestigio que aún ostenta por sus dos ejercicios gubernamentales y su premio Nobel de la Paz, en 2009.
Y como para rematar, una cantidad apreciable de cantantes, músicos, actores, deportistas e influencers se pronunciaron a favor de Harris, con la firme convicción de que sus fanáticos endosarían también ese respaldo a la aspirante demócrata.
Hay que recordar que Trump sufrió también durante la campaña dos atentados, incluido uno en que un disparo casi le vuela una oreja.
Pero como reza una popular canción del cantante mexicano Emmanuel “Todo se derrumbó”, sí, todo ese andamiaje de factores se vino abajo y, finalmente, no incidió en los votantes estadounidenses que dieron una abrumadora victoria a Trump, sin precedentes en la historia de Estados Unidos.
Trump no sólo vuelve a la Casa Blanca, sino que ganó el voto popular, el Senado y la Cámara de Representantes, con un poder absoluto que le permitirá gobernar con holgura en su gestión de despedida.
Al final los electores estadounidenses valoraron más las propuestas del candidato opositor y sus posiciones osadas frente a una aspirante que prometía lo que tuvo la oportunidad de concretizar desde el poder como acompañante del presidente Joe Biden.
Incidió, asimismo, la promesa de Trump de acabar con las guerras aupadas por los demócratas, especialmente en Ucrania y el recrudecido conflicto en Gaza, escalado hasta el Líbano, erosionando gran parte del presupuesto estadounidense que podría ir a otras áreas esenciales de la economía.
Y, además, por la firme posición del magnate republicano respecto a la inmigración que muchos juzgaron xenófoba, perdiendo de vista que el inmigrante formalizado suele oponerse a que uno con estatus irregular llegue a quitarle oportunidades de empleos y de acceso a beneficios.
Sólo el tiempo y el ejercicio del ahora presidente electo determinarán si la mayoría de los estadounidenses se equivocó al elegir a Trump en lugar de Harris. Pero sin dudas se trató de una decisión que no estuvo atada a las influencias que tanto inciden en los resultados electorales.
Todo eso que vimos en las elecciones estadounidenses, podría extrapolarse en el futuro a los certámenes comiciales en República Dominicana, tan influidos por diversos factores que obstaculizan un voto de conciencia, sea certero o errado.
Y lo vimos en los pasados comicios. Encuestas que llegaron a otorgar una intención del voto al candidato ganador muy por encima de sus posibilidades reales, sin dudas influyeron en la percepción electoral.
Dádivas otorgadas durante el proceso a votantes, incluso bonos navideños sin estar en diciembre y escolares casi al final de año lectivo.
Un transfuguismo como nunca antes visto durante un proceso electoral. Movilización del aparato estatal a favor del oficialismo, con el uso ilimitado de recursos para comprar conciencias, incluso con la profusa entrega de pensiones.
En nuestros procesos electorales, se usan los empleados públicos para inflar los mítines y los temores de electores a perder empleos y beneficios que otorga el gobierno de turno, terminan condicionando el sufragio, porque en el aparato estatal no se apuesta al empleado calificado, sino a uno partidariamente comprometido.
Ningunas de esas prácticas son nuevas. A ellas han apelado todos los partidos que han gobernado esta media isla desde que en 1844 alcanzó la categoría de República, incluso con la compra del documento indispensable para votar.
Con cada proceso electoral esas malas prácticas para “ganar” lucen más creativas, exacerbadas y descaradas, con el uso ahora de recursos tecnológicos que se suman a los tradicionales.
Y lo peor, frente a todo ese escenario, los jueces electorales miran para otro lado, porque históricamente también han formado parte del caos y el desorden, en lugar de propiciar cambios estructurales que impidan el condicionamiento del voto.
Las lecciones que deja el reciente proceso electoral en Estados Unidos deberían servirnos a los dominicanos para ser más reflexivos al momento de elegir a nuestras autoridades, sin importar si al final el tiempo nos dé la razón o nos decepcione.
Un sueño que quisiéramos ver hecho realidad es que ni encuestas, ni un Nicolás Maquiavelo o un Joseph Goebbels modernos, ni los bots y otras avanzadas tecnologías, ni las dádivas, ni el temor a perder el empleo estatal, ni los discursos vacíos de los candidatos, ni el romo, ni el pica pollo, incidan en una decisión que marcará el rumbo de una nación por los próximos cuatro años.
Pero como apuntó en su drama filosófico “La vida es sueño”, el poeta, dramaturgo y sacerdote español, Pedro Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Un frenesí ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño. ¡Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son!