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Cuando el espacio de las artes deviene en vulgar negocio

Durante el “Día de subasta de arte digital” (Digital Art Auction Day) de Sothebys, celebrada el pasado 07 de noviembre, 2024, en Nueva York, a las 14 horas del Este, la empresa subastadora de cualquier cosa que la gente quiera y busque, especialmente coleccionables, recibió una oferta superior a US$1 millón por una “obra de arte” realizada por una Inteligencia Artificial (AI).

La verdad que la pieza no puede ser más lamentable. Es de esa que engrosarían las colecciones de aquello que a los museos gusta almacigar para disimular sus hedores, consistentes en puras y escandalosas porquerías.

Pero, naturalmente, hay un software de IA que reclama ser lanzado mediante lo único que atrae la atención pública y “vende” en redes sociales y medios de información: el gran escándalo. Para alimentar el morbo colectivo y hacer publicidad global y gratuita con un hecho, ¿qué podía ser mejor que propiciar que una de las principales casas subastadoras de antigüedades, propiedades, joyas, relojes, vinos, etcétera y arte, aceptara vender —pues había gente dispuesta a pagar por ello—, un mamotreto que se pretende arte, aunque su esencia sólo nos diga: ¡Oye, cuidado!, que a la AI ocurrirá como a los demás intentos de burbujas y estafas tecnológicas: pasar de moda en poco tiempo, dejando fortunas diezmadas y traspasadas de las manos de sus creadores transformados en ludópatas a la de estafadores estructurados y perniciosos. Ahí están los rastros cercados del “arte digital” —que tendrá un futuro promisorio cuando se tecnologicen los artistas—, todavía enclaustrado en manos tecnológicas.

Recordad las cotizaciones alcanzadas por los NFTs.

Hasta ahora se ha tratado de burbujas financieras y de estafas.

Se dice que ese producto —pues obra de arte no es—, denominado “Retrato de Alan Touring”, fue firmado “A” por la “Ai-da”, la cosa que la “realizó”: en técnica mixta sobre tela, con dimensiones 64 x 90.5 pulgadas, este año glorioso del señor que cuenta a 2024.

¿Puede una AI “pintar” sobre tela?

No. Un programador puede hacer que un artefacto, controlado por software, haga lo que el programador le instruya, sea “pintar” o apretar un tornillo.

Sotheby´s, en su página de venta del artefacto informó que su autor “Ai-Da” es la primera “artista” robótica ultrarrealista del mundo; que «ha captado la atención mundial por su obra pionera, titulada «AI God: Portrait of Alan Turing»; que junto al actual «Retrato de Touring» fue expuesto durante «la Cumbre Global AI for Good» en Ginebra, en las Naciones Unidas, integrando un pentáptico.

Sin embargo, el creador de ese “Retrato de Alan Turing”, ¿es un robot, o quién opera la IA? En este caso, el señor Aiden Meller, quien tampoco puede superar los límites de lo proporcionado por los programadores, robotistas, expertos en arte y psicólogos de Oxford que la concibieron y desarrollan.

De Meller se dice que es “una figura destacada en el cruce innovador entre el arte y la tecnología” y, ¡también un marchand d´art!, ya que dirige “dos prestigiosas galerías” siendo”, a la vez ¿creador? “de Ai-Da, el primer robot artista ultra…”.

Y ese retrato, ¿es ultrarrealista? ¿Qué se entiende aquí por “ultrarrealismo?

No solicitamos que el señor Meller abra una conversación social sobre el ultrarrealismo. Es que notamos algo más: ¡él necesita vender sus adefesios “artísticos” y tecnológicos! Lo que sí le concedemos es falta de gusto, de concepto y que sea un artista tan frustrado; incapaz de llamar la atención por sus propios resultados; que entre él, su “obra” y el público no proponga algo estéticamente valioso sino ¡a un robot!

¡Vaya, hermanos Kapek!

¿Desde cuando una máquina, AI o robot puede producir semen para fecundar con ADN humano un óvulo que desarrolle en un niño?

Rechazamos, bajo este argumento, que a cosa tecnológicamente valiosa se le llame artista y a lo que “hace”, arte, porque de hacerlo sólo recibiría el calificativo de chapucería. No hay niños sin que hayamos escuchado el grito y llamado con el cual el aire ingresa a los pulmones del recién nacido para dar cuenta de su arribo a la vida. ¡Dolor que, sin embargo, es alegría!

Es lo que falta aquí.

Las artes no gestan sólo cosas materiales. En ellas germina algo inaprehensible, más grande; que enriquecerá cuando los tecnólogos y tecnócratas sepan de imaginarios.

Los softwares de IA —que hasta hoy apenas son compiladores, clasificadores de información y, desde esta, suplidores de respuestas previsibles, estadísticas y matemáticas— están en el negocio de vender, mediante un intenso y universal branding, lo el mundo posee desde hace un par de décadas en sus unidades computacionales y dispositivos móviles: la herramienta de la pesquisa.

Un robot que “hace una obra” que en realidad un matemático marchand d´art tal vez urgido de plata o renombre, hace que ocurra, puede llevar a que se organice una venta de un objeto que algún relacionado comprará para lavar dinero, ensartar a algunos desprevenidos y de paso vender el instrumento que desea y está detrás de la cortina: su IA-Aida.

¡Vaya! —me digo—, el mundo del arte continúa bajo ataque: ahora de especuladores, constructores de burbujas y, como ahora, de matemáticos deseosos sentirse artistas. La gente ve tristeza y siente lástima por ellos y su expresión: el gutural ronquido de la frustración. No importa cuántos millones posean y muevan. El señor Aiden Meller es alguien que no se atreve a decir: “¡Oigan, soy nadie en el arte, aunque también deseo ser artista!” Y lo intenta mediante la IA. Poniendo lo humano detrás de su artefacto; exactamente contrario a como hacen los artistas; igual a las actuaciones de los enajenados.

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