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Ideando

Cuando mi era mi pueblo

Cuando mi pueblo era mi pueblo, las noches eran silenciosas y las puertas de las casas nunca se cerraban en el día; era un pueblo de gente humilde, de bohíos pequeños y compinches clandestinos. Un pueblo que aún pita en la memoria cansada de los años y nos hace regresar de cuando en cuando a los charcos de nuestra inocencia.

Cuando mi pueblo era mi pueblo, los montes y los ríos, el play y la cancha, la escuela y los conciertos eran nuestras principales pasiones.

Ese era nuestro pueblo. El que dejamos estacionado en los vagones del tiempo como un hechizo indeleble de nuestro origen y nuestras travesuras.

Entonces eran otros los nombres y otros los héroes de nuestra inocencia. También eran otros los idilios, los sueños y las nostalgias de los muchachos de entonces.

Era una época donde el decoro contaba. Y el origen de los apellidos. Y las buenas obras. Y la decencia de los ciudadanos. Y todos nos conocíamos y éramos protagonistas de las mismas aventuras.

Allí, la vergüenza todavía tenía vigencia y constituía una prenda social que distinguía y sumaba prestancia.

Era un pueblo tan humilde como hoy, pero con unos valores distintos, con una juventud diferente. Una generación de muchachos soñadores enfocada en los que emigraron y triunfaron, los cuales fueron siempre nuestros mejores ejemplos a perseguir.

Muchos ya no están. Se fueron y nos dejaron un equipaje de recuerdos y ausencia. El pueblo, en cierto modo, tampoco está. Para nosotros ha desaparecido y apenas queda una vaguedad, una sombra de lo que un día fue.

No obstante, seguimos atados a los recuerdos que nos hicieron felices y a una historia que llevamos colgada en el corazón y reeditamos cada vez que regresamos a esta aldea literaria y deportiva que se llama Pimentel y que un día fue escenario pujante de bienestar económico; donde cantar y leer poemas era una costumbre cotidiana; donde los conciertos en el parque eran una cita obligada de los domingos; donde las declaraciones de amor iban acompañadas de una guitarra en la madrugada; donde dejamos en cada esquina un recuerdo inolvidable. Supongo que cada quien lleva en su alma un pueblo distinto, pero ese era nuestro Pimentel, un pueblo que hoy suplica por sus calles y por su bienestar y lo hace en paz, sin ruidos ni desórdenes, pero con la esperanza de que alguien le escuche y alivie sus calamidades de años.

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