EL BULEVAR DE LA VIDA
Balaguer, una ausencia y la reforma fiscal
Desconfiados e incrédulos, sospechosos, indecisos, consternados, temerosos, así andamos los dominicanos después de que, ¡al fin! un presidente de la República se ha atrevido a presentar al Congreso Nacional un proyecto de pacto, reforma o ley de modernización fiscal que la Estrategia Nacional de Desarrollo manda desde hace 12 años; y que todos los gobiernos anteriores y sus respectivos presidentes, Hipólito, Leonel y Danilo, en su paso por Palacio han defendido, explicado y justificado la suya. Hagan memoria y sonrían. No en vano crece la antipolítica.
Sometida formalmente la pieza al Congreso, se trata ahora de escuchar con paciencia al otro, archivar por diez días las poses, la doblez y el cinismo, y que, llegado el momento se exprese entonces la voluntad popular; esa que, con demasiada frecuencia -y según convenga-, a más de uno le gusta ignorar, incluso con palabras en latín como las que anoche en “El Suéltala”, (Isaura Taveras no llegó) me enseñó ese sabio de la cotidianidad que es Luisín Jiménez: Vox Populi, Vox Dei.
(Uno de los principales problemas de nuestra clase política es esa mala costumbre de creer que, cuando no les favorecen, el destino de las urnas es ignorarlas).
Considero un acto de responsabilidad ciudadana, que el presidente Abinader, -a diferencia de los anteriores- se haya decidido a someter este mejorable proyecto de ley de modernización fiscal, pero tiene sus objeciones a la pieza. Por ejemplo, es injusto y PELIGROSO que el proyecto apoye las recaudaciones mediante el abuso de esa arma de destrucción masiva que es el ITBIS, tan regresiva ella. Subir de 0 a 18% de impuesto a los principales alimentos que consume el pueblo llano (menos los siete señalados) es un exceso que se debería revisar y remediarse con gradualidad, según la importancia de cada cosa, el café, por ejemplo.
Así como hay señoras abogadas desmemoriadas y crueles, también existen unos señores economistas que creen que la cosas para ser posibles tienen que ser probables, que la razón manda sobre el corazón, craso error. Si teniendo todos los factores en contra, Juan Pablo Duarte hubiese sido lógico y racional y no hubiera confiado en la locura incierta de crear una patria que ni era, hoy, los dominicanos apenas seríamos como aquel “Amor tardío” del Doctor Balaguer, “una última llama que en el pecho arde, última flor en el erial vacío, última luz al expirar la tarde”.