De la responsabilidad social a la sostenibilidad, el enfoque estratégico de la gestión
El pasado jueves 10 de octubre, la Cátedra de Sostenibilidad “Alejandro E. Grullón E.” de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (Pucamaima) presentó la disertación del doctor Elies Seguí, profesor de la Universitat Politècnica de València, titulada “Diálogos sobre RSE, gobierno corporativo y sostenibilidad: afrontando una nueva oportunidad de negocio”, una triada con la cual el expositor ponderó el enfoque inaugurado por el “Informe Brundland” (1987) sobre el tema, proponiendo priorizar el entendemiento del Desarrollo Sostenible como “aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias”.
Baste tal premisa, vinculante a la decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) de englobar, en un concepto ecosistémico conceptualmente común, o al menos interrelacionado, el desarrollo y la cooperación económica internacional y el desarrollo lato o, básicamente, las perspectivas de desarrollo.
Presentado por el noruego Gro Harlem Brundtland, quien presidió la comisión designada a tales fines, el índice de este informe incluyó, siguiendo el capítulo 1, dedicado a “Un futuro amenazado”, otro, segundo, sobre el “Desarrollo duradero” donde el concepto de la sostenibilidad y su tipo o modo de desarrollo fueron expuestos, aunque en realidad los comisionados lo abordaron en el capítulo 3.
En ese texto de hace 37 años, los autores exponen la precitada idea: “27. Está en manos de la humanidad hacer que el desarrollo sea sostenible, duradero, o sea, asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias”. Un paradigma que, según postulan, “implica límites —no límites absolutos, sino las limitaciones que imponen a los recursos del medio ambiente el estado actual de la tecnología y de la organización social, la capacidad de la biósfera de absorber los efectos de las actividades humanas…”. Es decir, implica concebir las operaciones y la gestión desde la pluralidad de sus vinculaciones a los diferentes ámbitos que integran los entornos macro.
Presentado y ratificado en 1987, todavía atestiguamos hechos verificados hace 37 años, cuyos mandatos no vinculantes y observaciones, sin embargo, las corporaciones globales no han observado ni los gobiernos podido acoger más que en vagos postulados jurídicos de variables grados de aplicación real o funcional. Una debilidad que resluta de las fierezas de todo tipo y persistentes en que las influencias de las empresas globales se han manifestado en las economías, imponiéndoles sus intereses y creándoles situaciones internas ante las cuales devienen cada vez más rentables y capaces, dadas las caídas progresivas de los parques productivos locales y las erosiones de las fortalezas y poderes oficiales para imponer las reglulaciojes y satisfacer las demandas ciudadanas surgidas por efecto del impacto de ese mundo tecnológico e híper comunicado que la globalización ha impuesto, continúa robusteciendo y las corporaciones globales continúan modelando.
Tal dilema nació en 1953, desde que el economista estadounidense Howard R. Bowen (n. Washington, EE.UU., 1908 - †1989) publicara su libro “Social Responsibilities of the Businessman”. Al hacerlo, inició un debate global sobre el rol social de las empresas y los empresarios, cuyos postulados la ONU construyó en instrumento de vigilancia e objetivo primordial del diálogo global sobre el desarrollo. El texto de Bowen aparecía 36 años antes de la muerte del autor y de la caída el Muro de Berlín. Estaba claro que, ante las competencias sistémicas de la Guerra Fría, las empresas necesitaban presentar un rostro amiglable y empezaron a auto configurárselo invirtiendo en la solución de problemas sociales acuciantes como modo de mejorar su imagen corporativa y evitar el estigma de explotación que les endilgaban las izquierdas radicales, desde la Europa del Este a los comunismos asiáticos y caribeños y los liberalismos no liberacionistas instalados en las gestiones públicas interesados en fortalecer el Estado como ente regulador.
Un enfoque así no podía contar con el apoyo monolítico del mundo de los negocios y ante él se plantó el economista alemán-estadounidense Theodore Levitt (n. Alemania, 1925 - †Massachusetts, 2006), “legendario especialista en marketing y ex director de Harvard Business Review”, según The Harvard Gazette. Él postuló la importancia de mantener el enfoque tradicional de empresas dedicadas sólo a generar beneficios, aunque “actuando de buena fe” —es decir respetando derechos y legislaciones— en ese escenario nuevo, caracterizado por el advenimiento de empresas globales y el fortalecimiento de las capacidades normativas y restrictivas de los gobiernos que la necesidad de seguridad nacional imponía con notoria influencia.
Que el debate formaba parte de la guerra fría lo denunció el segundo párrafo del texto de Levitt “La globalización de los Mercados” (1983): “Una fuerza poderosa impulsa al mundo hacia una convergencia común —afirmó—, y esa fuerza es la tecnología. Ha proletarizado las comunicaciones, el transporte y los viajes. Ha hecho que lugares aislados y pueblos empobrecidos estén ansiosos por los atractivos de la modernidad. Casi todo el mundo en todas partes quiere todo lo que ha oído, visto o experimentado a través de las nuevas tecnologías”.
El resultado de ello —agregó— “es una nueva realidad comercial: el surgimiento de mercados globales para productos de consumo estandarizados en una escala nunca antes imaginada”, en la cual las corporaciones se beneficiaban “de enormes economías de escala en producción, distribución, marketing y gestión”, cuya traducción a precios mundiales reducidos podían “diezmar a los competidores que aún viven bajo las garras incapacitantes de viejas suposiciones sobre cómo funciona el mundo”.
Esa realidad dejaba atrás las diferencias de consumo basadas en preferencias nacionales; las oportunidades para agotar inventarios de modelos o versiones anteriores y las ganancias en el extranjero superiores a las locales para dar paso a la que denomina “República de la Tecnología”, paradigma que adoptó del historiador estadunidense, profesor, abogado y escritor Daniel J. Boorstin (n. Atlanta, USA, 2007 - ), ex director de la Biblioteca del Congreso. Según este, la ley suprema de la República de la Tecnología «es la convergencia, la tendencia a que todo se parezca más a todo lo demás», la masificación.
Su ataque frontal a la idea de la responsabilidad social de las empresas fue expuesto en la Harvard Business Review de septiembre-octubre, págs. 41-50, de 1958 —cinco años posteriores al libro de Bowen—, en un artículo titulado “El peligro de la responsabilidad social”.
El propio Levitt dejó constancia de las razones políticas de este paradigma al expresar, en el segundo párrafo del precitado texto, lo siguiente: “La dedicación consciente a la responsabilidad social puede haber comenzado como una maniobra puramente defensiva contra ataques estridentes a las grandes corporaciones y a la eficacia moral del sistema de ganancias. Pero la defensa por sí sola ya no explica el motivo”.
Se abría, sin embargo, un importante espacio a favor de este fascinante tema que, a la vez, impactaría —y de hecho impactó y todavía impacta—, la gestión de las empresas, inicialmente en ámbitos específicos: las relaciones públicas y las comunicaciones. Limitación que hoy se supera constantemente con la potenciación progresiva del enfoque de sostenibilidad en la gestión global de los negocios. Sin embargo, ante los riesgos descritos desde el origen de la teoría, la armonización de los sub ecosistemas operativos con los marcos jurídicos o legales, económicos, culturales, sociales y medio ambientales propios de las geografías en que operan en vez de perder relevancia le confieren vigencia, una derivada de la importancia y utilidad que el paradigma de sostenibilidad viene adquiriendo, hasta constituirse en factor vinculante a las operaciones de los negocios operativos en la Comunidad Económica Europea.
Adicionalmente, los absolutismos que al inicio de la propuesta y enfoques fueron presentados y enarbolados devinieron, en vez de factores obstructivos, en oportunidades, dando lugar a que, pese a la avalancha mundial de productos estandarizados generados por las corporaciones globales, bienes y servicios caracterizados por su identidad cultural ganaran y mantuvieran espacio y sobrevivieran como consecuencia de abordar la gestión desde las cosmovisiones y acciones que propicia el enfoque estratégico de la sostenibilidad. A causa de esto, en tanto riesgos imponderables se ciernen cada día con mayor fuerza sobre las corporaciones y empresas carentes de protecciones locales, generados en la avalancha de productos y tecnologías estandarizadas procedentes de las corporaciones globales, en ciertos espacios productores de bienes y servicios vinculados a los perfiles nacionales han logrado sobrevivir y hasta prosperar, resaltando la necesidad de tomar en cuenta el sistema multifactorial inmanente al enfoque de sostenibilidad.
El tema, como se aprecia, es relevante y fascinante para las economías y actores de la empresas pequeñas, medianas o grandes, que entiendan necesario sobrevivir en un mundo en constante cambio, ante riesgos e imponderables cotidianos. Este paradigma les permite enfocarse en el desarrollo sostenible que, sin embargo, es integra Responsabilidad Social junto a desarrrollo y buenas prácticas.
En la próxima entrega socializaremos aspectos destacados de la disertación per se del doctor Seguí. Entretanto, vaya nuestro agradecimiento a la gente del Popular por mantenernos informados de estas iniciativas y al equipo de la Pucamaima que con tan denodado esfuerzo gestionan esta cátedra que me atrevo a calificar de magistral.
Gracias pues, a las señoras Dabeida Agramonte, gerente de proyectos de la Fundación Popular, y a Angye Altagracia Rincón Castillos, Directora de la Cátedra de Sostenibilidad “Alejandro E. Grullón E.” de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra por sus caras tenciones.