enfoque Internacional
El devastador impacto del huracán Helene
El huracán Helene ha dejado una huella de destrucción y tragedia en el sureste de Estados Unidos. Con más de 200 fallecidos, ya se ha convertido en el ciclón más mortífero que el país ha sufrido desde el huracán Katrina, que en 2005 devastó Nueva Orleáns.
La magnitud de los daños causados por Helene es un recordatorio cruel de nuestra vulnerabilidad ante fenómenos meteorológicos extremos, y lo que es peor: una señal clara de que estos eventos son cada vez más frecuentes y más intensos, en gran parte debido a la crisis climática que enfrentamos.
En Carolina del Norte, el panorama es desolador. Más de la mitad de las muertes ocurrieron en ese estado, azotado gravemente por el ciclón. Helene causó una lamentable pérdida de vidas, y arrasó infraestructuras y viviendas, dejando a miles de personas sin nada más que el temor de lo que les espera en las próximas semanas. Mientras tanto, los equipos de rescate han trabajado incansablemente, buscando entre los escombros y en las áreas inundadas a los cientos de desaparecidos que al momento de escribir esta columna aún no habían sido localizados. Cada minuto que pasa sin noticias de estas personas añade angustia a una comunidad que ya ha perdido demasiado.
El huracán también dejó casi un millón de hogares sin electricidad una semana después de haber tocado tierra en Florida. Este apagón prolongado es un golpe más a la moral de la población, y plantea preguntas sobre la capacidad de las infraestructuras para resistir fenómenos de esta magnitud. ¿Por qué sigue siendo tan vulnerable una parte del país que está ubicada en la trayectoria posible de los huracanes? Y peor aún, ¿qué nos dice esto sobre nuestra preparación para lo que podría venir?
Lo cierto es que Helene no es un incidente aislado ni un evento inesperado. La ciencia lleva años advirtiendo que el cambio climático está aumentando la intensidad de los huracanes. La subida de la temperatura del océano, que es el combustible que da energía a los huracanes, significa que estas tormentas son más destructivas, más húmedas y más mortales. Desde Katrina, hemos tenido cuantiosos desastres relacionados con huracanes —Harvey, María, Irma— y cada uno de ellos ha cobrado más vidas y causado más daños que el anterior. Sin embargo, como sociedad, seguimos atrapados en un ciclo de reconstrucción sin enfrentar las causas fundamentales de esta crisis.
No podemos seguir respondiendo solo cuando la tragedia ya ha ocurrido. Es imperativo que nuestros gobiernos, tanto a nivel estatal como federal, den prioridad a políticas de resiliencia y adaptación al cambio climático. Esto implica fortalecer las infraestructuras críticas, invertir en energía limpia y sostenible, y desarrollar planes de evacuación y respuesta más eficaces y equitativos. Las comunidades más vulnerables, como las que ahora están sufriendo en Carolina del Norte y Florida, merecen algo más que palabras de consuelo y ayuda temporal: necesitan un compromiso real para prevenir futuras tragedias.
Además, la respuesta de emergencia también debe mejorar. Si bien los equipos de rescate y las agencias federales están haciendo todo lo posible para salvar vidas y restaurar la normalidad, la realidad es que cada día que pasa sin servicios básicos como electricidad, agua potable o acceso a atención médica, es otro día en que las personas afectadas están en riesgo. La falta de preparación adecuada y la lenta recuperación no son fallas técnicas, sino síntomas de una falta de prioridad en la planificación a largo plazo. La inversión en redes eléctricas más seguras y en tecnologías de prevención podría paliar o evitar los desastres en futuras tormentas.
El huracán Helene debe servir como una llamada de atención para todos. La emergencia climática es real y sus efectos están aquí, afectando las vidas de millones de personas. Lo que está en juego no es solo la protección de nuestras costas o la reconstrucción de nuestras ciudades, sino el futuro mismo de nuestra capacidad de vivir en un planeta que se está calentando rápidamente.