Neurociencia, fe y placebo
En el contexto médico, de las empresas farmacéuticas o en el ámbito neurocientífico, cuando se desea probar un nuevo medicamento, reclutan pacientes y los dividen en dos grupos. A un grupo, se le suministra el fármaco que están probando; al otro grupo, solo se le proporciona una pastilla de azúcar o un tratamiento que se parece al real, pero no lo es. A esto se le conoce como el “efecto placebo”. Con frecuencia, los pacientes del grupo de placebo experimentan la curación como si hubieran recibido la medicina o el tratamiento real. En este fenómeno puede verificarse un factor importante que, desde el punto de vista antropológico y religioso, designamos fe.
Efectivamente, la “fe”, antes de ser un fenómeno religioso, es un fenómeno antropológico. El ser humano es esencialmente un ser “creyente”, aunque esta constatación le incomode a la moderna razón crítica. Gran parte de su aprendizaje lo realiza creyendo. Y muchas de sus seguridades se basan más en la fe, que en los propios conocimientos científicos o en las evidencias objetivas.
Sin lugar a dudas, la fe es esencial para todo proceso de curación. En efecto, en muchas ocasiones, Jesús de Nazaret hizo explícito que la razón por la que un milagro había sido posible era por la fe de la persona que estaba siendo sanada o de quienes intercedían por ella. Indudablemente, en esta postura del Maestro están presentes las dimensiones antropológica y religiosa de la fe. Dios creó el mundo para la plenitud y la salud, no para la enfermedad y el sufrimiento; y el aliento de Dios, que es el Espíritu, continúa moviéndose dentro y por toda la creación, trayendo vida y sanación, sin distinción de persona.
Hay que considerar la fe, no solo como creencia, sino también como confianza del corazón; es la apertura del alma a la acción sanadora y vivificadora del Espíritu de Dios. Esta actividad curativa del Espíritu actúa a través de muchos medios, como placebos, pero también medicinas y terapias activas. Esto no significa que la fe sea un seguro contra todas las enfermedades; incluso las personas más santas de la Biblia tuvieron que soportar, ocasionalmente, sufrimientos y enfermedades, a pesar de su fe.
Por otra parte, el impacto de la Palabra de Dios en el cerebro humano genera cambios y beneficios en la vida y en la salud espiritual, física y mental de las personas. El poder de la Palabra de Dios adquiere dimensiones insospechadas en la persona; gracias al funcionamiento y a la plasticidad del cerebro humano. Desde el punto de vista neurobiológico, sabemos que la experiencia religiosa es capaz de poner en concierto redes neuronales muy complejas, y que involucra de forma sintética regiones cerebrales perceptivas, cognitivas y emocionales.
Tengo la convicción, y muchos profesionales sostienen lo mismo, de que un proceso terapéutico, tanto del orden físico como psicológico, tiene mejores resultados cuando la persona posee el componente de la fe. Alegra saber que la fe, también actúa fuera de los contextos religiosos.