ENFOQUE
Tormentas y letras. 45 años de navegación
“Los marinos nunca mueren, simplemente zarparon en su último viaje hacia el horizonte al caer la tarde”.
-Proverbio marinero-
Este 1º de octubre, se cumplen 45 años de mi ingreso a la Marina de Guerra (hoy Armada RD), guiado por una vocación y una pasión que aún arden intensamente en mi espíritu. La carrera naval no solo ha sido “mi profesión honorable”, sino un compromiso sagrado de servicio, disciplina y honor.
Desde 1979, a lo largo de estas cuatro décadas y un lustro, he tenido el privilegio de vivir innumerables puestas de sol en altamar, enfrentar desafíos y sortear mares picados y tormentosos, tirando el ancla en las vicisitudes de la vida, donde a menudo los tiburones se disfrazan de delfines.
En este recorrido, he llevado una bitácora personal, registrando los hechos importantes que han marcado mi trayectoria en las Fuerzas Armadas, tanto los de éxito como las adversidades. Este ensayo pretende generar una motivación para que las presentes y futuras generaciones dejen escrita su vida militar.
La verdadera grandeza no radica sólo en los logros alcanzados, sino en la capacidad de inspirar a quienes vienen detrás.
Somos navegantes de un océano de experiencias, podemos crear una huella duradera, si con fe y esfuerzo, nos enfocamos en dejar las cosas mejor que como las encontramos.
En la fragua del cuartel, donde he tenido la oportunidad de obedecer y comandar, he llegado a la conclusión de que el registro escrito de nuestras experiencias y pensamientos es fundamental.
He publicado seis libros —uno en proceso— cada uno, un intento de capturar no solo los eventos que he vivido, sino las lecciones y los principios que me han guiado, con uniforme y sin él. No podemos dejar que nuestras historias queden atrapadas en los confines de la memoria.
Los cuerpos militares no son entes abstractos; están compuestos por individuos que, salidos del seno de la sociedad, con sus acciones, construyen día a día el carácter de las instituciones castrenses.
La escritura es una herramienta poderosa para la reflexión y la evaluación durante nuestra navegación hacia un futuro mejor. Los seres humanos somos imperfectos, y nuestras acciones deben ser evaluadas sin pasiones.
No se trata de ser un Dracón, sino de aprender de nuestras experiencias, reconocer nuestras fallas y celebrar nuestros logros, buscando ser una mejor versión.
Para los que hemos ocupado posiciones públicas sensitivas, el acto de escribir sobre nuestra experiencia es una cuestión de responsabilidad.
Es una forma de asegurar que los planes y proyectos que hemos concebido, las recomendaciones que hemos formulado y las lecciones que hemos aprendido no se pierdan con el tiempo.
Publicar libros y ensayos es una manera de seguir aportando, incluso cuando nos marchemos en la barca de Caronte. De esta forma, nuestras ideas y valores pueden continuar inspirando a otros, guiándolos hacia la construcción de instituciones más fuertes y comprometidas a preservar el sistema democrático.
En la era de la informática, la redacción adquiere una nueva dimensión. Ya no solo perpetuamos la vida en tinta y papel, sino que ahora también lo hacemos en formato electrónico, asegurando que nuestras palabras lleguen a una audiencia más amplia y perduren a lo largo del tiempo.
El que escribe nunca muere; viven sus ideas y sus palabras en la influencia que estas ejercen sobre quienes las leen.
Los triunfos no se miden solo en los cargos, que son transitorios, ni en los bienes materiales adquiridos, sino en las opiniones positivas que inspiramos con nuestras acciones coherentes. Cada experiencia o enseñanza asimilada es una pieza invaluable del gran caleidoscopio de la vida.
Al redactar hechos, no solo estoy contando mi historia; es la estela dejada en 45 años de tormentas y letras, que trasciende nuestras propias vidas y que, ni el tiempo ni las olas podrán borrar, pasando el timón al relevo natural que debe estar preparado y comprometido siempre con hacer un país mejor.
Finalizo con la moraleja del libro: “El viejo y el mar” (1952) de Ernest Hemingway: el ser humano puede ser destruido, pero no derrotado. El éxito no siempre radica en la victoria material, sino en la capacidad de enfrentar los desafíos con valentía, perseverancia y dignidad, independientemente del resultado final.