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El PLD devorando a sus hijos

Definitivamente, Carlos Amarante Baret es un hombre con suerte, mucha suerte. Si el proceso de que fue objeto hubiera sido en Moscú y el año 1936, a esta hora estaría camino a la Lubianka y de ahí al GULAG… o quizás algo peor; pero, en su caso, su suerte le permitió sobrevivir a las muelas del molino sin apenas un rasguño, y acaso con la dicha de saberse con la razón.

La sentencia del Tribunal Nacional de Ética y Disciplina del PLD –de fecha 28 de septiembre– firmada por su presidenta, Alejandrina Germán, ordena su expulsión de por vida y deshonrosa del PLD, y cuatro páginas bastaron para echar (intentar) al basurero de la historia cinco décadas de vinculación política.

Sin caer en la defensa del expulsado; sus méritos; la pertinencia o no de –bajo un tecnicismo tan simple como el defecto– expulsar sumariamente a alguien; o acoger unos planteamientos sin dar cuenta en el propio dispositivo, sobre la relatoría del proceso previo que desencadenó y concluyó con la expulsión; habría más bien que recurrir al arte –antes que a las ciencias políticas– para entender el subyacente, comprender el presente y proyectar al futuro.

Si risible es que algunas autoridades del partido –al ser abordadas por la prensa el mismo 28– dijeran que no podían pronunciarse porque tenían que conocer primero el accionar del Tribunal, o que desconocían el dispositivo (mas la prensa si lo sabía); más risible es una situación en donde cientos de dirigentes son conscientes del problema, las razones y el origen de la debacle electoral y política del partido, pero, lejos de enfrentarla, se doblegan ante ella.

Danilo Medina está jugando al partido bisagra; al partidito chiquito, compacto, portátil. Y si increíble es su obsesión patológica con el poder, mucho más lo es todavía la genuflexión de toda una pléyade de valientes dirigentes que saben lo que hay que hacer, pero no saben cómo hacerlo.

Atrapados en una dinámica de sumisión total frente al macho alfa de la manada, “Saturno devorando a sus hijos” –de Goya– explicaría la dinámica del PLD en este período; como en su momento lo fue el conflicto Stalin-Trotski para explicar –desde un paralelismo extrañamente sospechoso– el conflicto Leonel-Danilo; y que ahora, fiel al modelo histórico vigente en el marco mental de un “emepedísta”, lo que procede es la purga total contra todo el que manifestó en algún momento inconformidad o disidencia.

Al margen de la legalidad de la expulsión de Amarante, queda una enseñanza brutal: al líder no se desafía. Y también queda una duda que cuestiona todo el conocimiento político, y esto es, hasta qué punto los segundos del primero estarán dispuestos a seguirle, aún a sabiendas que no hay futuro en hacerlo; y lo que es peor, hasta qué punto estarán dispuestos a devorarse entre sí, pensando que esos los salvará de ser devorados por alguien que ya no tiene dientes… pero si garras.

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