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ENFOQUE

El nuevo dircom público

Con la llegada de un nuevo período y los cambios en el tren gubernamental, las transiciones en los equipos de comunicación son inevitables, ya que estos cargos suelen estar vinculados a la confianza política. Sin embargo, en un entorno caracterizado por la desconfianza ciudadana y la incertidumbre social, el nuevo perfil del director de comunicación en la Administración Pública exige algo más que lealtad al gobierno en turno: requiere un ejercicio altamente profesionalizado.

El reto para el nuevo perfil del directivo público de comunicación es navegar en un entorno de desconfianza ciudadana e incertidumbre social, donde la percepción pública de las instituciones está constantemente bajo escrutinio. Esto puede contrastarse con datos como los que expone el Barómetro de Confianza de Edelman 2024 en el que los gobiernos siguen en niveles de desconfianza (51%) y los líderes gubernamentales son los actores en los que menos se confía con un 42% al compararse con los niveles de confianza de CEO´s y periodistas.

Estas cifras reflejan el desafío que enfrenta la comunicación pública, que ha dejado de ser una simple transmisión de información para convertirse en una herramienta estratégica de gestión de intangibles como la reputación, la legitimidad y la confianza.

Los ciudadanos valoran no solo lo que el gobierno hace, sino cómo lo comunica. La confianza en las instituciones es frágil y, en muchos casos, erosionada por la falta de transparencia o la comunicación poco coherente. Aquí es donde entra la profesionalización del dircom: no se trata simplemente de difundir mensajes o como le llamo, ser un “tramitador de información”, sino de construir una narrativa sólida y consistente que refuerce la legitimidad de las acciones institucionales y, sobre todo, genere confianza en la ciudadanía.

Para lograr esto, el dircom debe ser un profesional que entienda la complejidad del entorno político, económico y social en el que opera, capaz de gestionar crisis, planificar y anticiparse a posibles problemas de percepción pública.

Además, el dircom solo puede cumplir eficazmente su rol si tiene acceso a la toma de decisiones estratégicas desde el inicio de cada proyecto. Necesita estar presente en la mesa donde se deciden las políticas públicas, para que la comunicación no sea un reflejo tardío, sino una parte integral de la implementación.

A fin de cuentas, no se trata de reaccionar sólo ante los acontecimientos, sino de construir un relato coherente y transparente que proyecte estabilidad y eficiencia, para lo cual se necesita contar con información de primera mano.

El entorno mediático actual, con la presencia dominante de redes sociales y medios digitales, demanda además que el dircom sea innovador y adaptable. Las dinámicas de la comunicación han cambiado profundamente, los mensajes ya no son unidireccionales y, por lo tanto, el director de comunicación debe saber gestionar las interacciones con los ciudadanos en tiempo real, construyendo diálogo y confianza.

Partiendo de estas realidades, la gestión de intangibles como confianza y legitimidad no puede depender de la improvisación o del manejo coyuntural. Es esencial que el dircom comprenda cómo se construye una reputación institucional sólida, cómo cada acción comunicativa puede fortalecer o debilitar la percepción pública y cómo lograr legitimidad interna para liderar su proceso.

Si bien es cierto que la gestión de la comunicación es clave, es igual o más esencial la gestión efectiva de la institución misma. La comunicación no debe venir a inventar o crear una gestión que no existe, sino a poner en valor lo que la institución hace y logra. En este sentido, contar con un equipo institucional capaz y una agenda clara, que responda a las necesidades de los ciudadanos impactados por las políticas públicas, es fundamental para que la comunicación sea auténtica, eficaz y encuentre un soporte en la realidad.

El nuevo perfil del dircom en la Administración Pública exige, entonces, a un gestor con la capacidad de manejar los intangibles que definen el éxito de la gobernanza en el siglo XXI: la confianza, la reputación y la legitimidad. En un contexto de cambio y transición, estos valores son esenciales para que las instituciones públicas logren conectar con los ciudadanos y mantener su credibilidad ante un público que exige cada vez más respuestas y resultados claros.

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