OTEANDO
“Crimen fueron del tiempo y no de España”
¿Cuánto hay de utilidad en la oportunidad de perdonar lo que ya hoy no nos daña? ¿Qué suerte de redención beneficiaría al perdonado de lo que ya no tiene castigo? La historia del perdón es hija del concepto moral de culpa que los hombres asumen, más que como una falta ante sus semejantes, como una falta a la divinidad. Si bien Dios nos enseña a perdonar -como una forma de acercarnos un poco a su esencia-, no nos ha cedido, en modo alguno, la potestad de redimir al perdonado, que no es otra cosa que liberarlo de las consecuencias de su acción culposa. Esta es cuestión que Dios ha reservado de manera exclusiva a su fuero supremo.
El asunto viene a cuento a propósito del recurrente reclamo a la monarquía española para que pida perdón por las atrocidades cometidas por la expedición descubridora -considerado tal descubrimiento desde la perspectiva expedicionaria, claro- contra los aborígenes que habitaron entonces nuestra América. Me parece que tal petición deviene impertinente, a la luz de un momento en que nuestra civilización ha entendido perfectamente el peso que tienen los contextos (antropológicos, políticos, sociales, económicos) en la definición de la historia. No en vano son considerados espacio, tiempo, coyuntura, estructura y duración categorías de análisis de la historia.
Parecería que la naturaleza política de ciertos líderes reniega de su esencia humana para arrogarse la divina, pretendiendo caprichosamente el arrodillamiento ajeno y asumiendo la potestad de la redención. Es penoso que hoy la ascendencia ideológica de algunos interfiera con la racionalidad y la disposición de cooperación y concurso mutuo que reclaman los tiempos para hacer del mundo un “lugar común”. Siempre he pensado que, si del odio al amor hay solo un paso, del amor al odio hay un resbalón. Con la agravante de que, del paso erróneo se puede retroceder, mas no así del resbalón. Es imposible revertir fielmente su recorrido, cuestión deducida de su naturaleza accidental.
A muchos líderes de nuestra América de hoy se les dificulta aún hacer la dialéctica que hace más de 200 años hizo don Manuel José Quintana en su “Oda a la expedición española para propagar la vacuna en América”. Expedición de solidaridad, encabezada por el doctor Francisco Balmis, que trajo a América la vacuna contra la viruela. En aquella oda, en su respuesta a la invocación del poeta, América contesta: “Los mismos ya no sois…/…Yo olvidaría/ el rigor de mis duros vencedores:/ su atroz codicia, su inclemente saña/ crimen fueron del tiempo y no de España”.