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SIN PAÑOS TIBIOS

Antes de que nos olvide

Parafraseando a “El duende” (AKA: Freddy Ginebra) cuando escribió “Antes de que pierda la memoria”, debemos hoy, 23 de septiembre, recordar que el pasado sábado 21 se conmemoró el “Día Mundial del Alzheimer”. Y tenemos la obligación de recordarlo, porque en fechas conmemorativas las autoridades se despachan con discursos, notas de prensa, anuncios, y luego el trajín cotidiano se lo lleva todo como cuando un río crece y arrastra lo que está en su cauce, dejándolo limpio, sin nada que recuerde lo allí había.

El viernes 20 la prensa reseñaba informaciones del Ministerio de Salud Pública en torno al Alzheimer en el país y su impacto, y al día siguiente, la “Asociación Dominicana de Alzheimer”, al realizar una marcha para concienciar en torno a la enfermedad, pedía “que las autoridades del Ministerio de […] pongan en funcionamiento el Plan Nacional de Demencia”.

Las estimaciones indican que hay más de 90,000 pacientes en el país, lo que obliga –más que a determinar quién tiene la razón– a hacer mayores esfuerzos para enfrentar esta enfermedad, y, sobre todo, crear las condiciones necesarias para que tanto los pacientes, familiares y cuidadores, cuenten con el acompañamiento y el respaldo estatal.

Si escuchar los lamentos de quienes tienen un ser querido padeciendo esta enfermedad es desgarrador, vivirlo dentro del hogar debe ser una tortura insufrible. Somos humanos porque nuestra identidad se construye y refuerza en las vivencias cotidianas, tanto las propias como las de otros. Nuestra historia es la suma de nuestras vivencias y la suma de otras historias también; porque toda la humanidad se sostiene en la memoria; en nuestra capacidad de recordar, y en esos recuerdos, encontrar nuestro espacio en el tiempo.

Si se rompe el hilo de la memoria se rompe todo, y empieza una caída libre hasta el pozo sin fin de la aniquilación de la personalidad; y en ese proceso son arrastrados los familiares, tanto emocional como económicamente.

En ausencia de apoyo estatal, –tanto en costeo de medicamentos como de soporte terapéutico especializado–, la familia sufre la angustia de ver a su ser querido desaparecer en la nada; a la par que el presupuesto familiar se resiente y se generan dinámicas internas que, en ausencia de terapias psicológicas de acompañamiento al círculo primario para que pueda entender, dimensionar y sobrellevar el proceso, generan tensiones internas en el núcleo que pueden disparar otros procesos colaterales que amenazan la unidad familiar (problemas de pareja, cuadros de ansiedad, dinámicas tóxicas de comunicación, etc.)

A quienes tienen un familiar con Alzheimer no se les olvidará lo que eso significa un solo día de sus vidas, pero los demás tenemos el deber de entender, apoyarles, ser empáticos y tender la mano amiga y solidaria; y el Estado tiene la obligación de hacer más –aún con memos–, pues si olvidamos e ignoramos sus sufrimientos, padeceremos como sociedad un trastorno mucho peor: la inhumanidad.