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El problema es bajar

La historia demuestra que aunque los ascensos son agotadores, más peligrosos son los descensos. Las subidas generan sensaciones de ansiedad o deseo de llegar a la planicie, algunos más ambiciosos al descenso. Sea lo que sea, por gravedad, todo lo que sube baja.

Lo antes mencionado pasa constantemente en política, ejemplos sobran en nuestro país y el extranjero. El efecto ascenso al poder puede ser coyuntural, fruto del azar o sorpresa, no hay un curso para ser presidente.

Ejemplos de liderazgos llegados por coyuntura en la actualidad abundan, el presidente de Chile, Gabriel Boric, encarnó la expresión de un movimiento estudiantil que protestaba por el aumento en las tarifas del transporte público. Otro caso es el de Daniel Noboa, que insospechadamente este empresario recorrió Ecuador consultando la visión de la gente sobre la reforma propuesta por Guillermo Lasso.

Como no hay “cursos para presidentes”, sino que se aprende haciendo, es quizás ahí donde esté la razón por la que muchos dignatarios, entre sus ocupaciones, no dedican tiempo a preparar su salida del poder.

En nuestra historia reciente, solo Joaquín Balaguer salió como quiso. Luego de una elección fraudulenta, permaneció durante dos años como cabeza del Estado, y luego pactó para definir quién le sucedería: Leonel Fernández.

Fernández luego del periodo 1996-2000 no logró mantener el poder, aunque trazó los pasos del PLD para el futuro. A su regreso en 2004-2012, se permitió una vía para aspirar a la presidencia de ser necesario, sin embargo, las cosas no salieron como pensó, su relevo no protegió su legado sino que terminó por enfrentarlo.

Hipolito Mejía tuvo entre 2000 y 2002 un gobierno de ensueño, pero la tormenta de sus dos últimos años al frente del Estado trastocaron el sueño de un Gobierno consagrado, tanto así que la crisis del Gobierno impidió el regreso de su partido mientras tuvo vida. Tocó esperar un nuevo partido y 20 años para que los acólitos del exmandatario pudieran regresar.

De Danilo Medina podemos alabar sus primeros cuatro años, permitieron la gloria del 62% de la población en su reelección, previa oposición de una corriente dentro de su partido. En 2019, su ofuscación con la impedida reelección, la lucha interna y los casos de corrupción mancharon su salida.

Es la historia una advertencia permanente al futuro, he aquí la notificación a Luis Abinader, lo difícil no es llegar, es salir del poder manteniendo el respeto y la euforia de los momentos de gloria de un mandato.

El presidente necesita que sus reformas tengan resultados positivos antes de que venza el reloj de la cancha de su gestión. No lograrlo puede afectar la forma en la que sale. Esta debe ser la razón de la urgencia de lograrlas en el primer semestre de su segundo gobierno.

En lo político la pregunta es otra, ¿conviene al presidente que su reemplazo sea de su partido, llevándose de plano su liderazgo, o es preferible sea de la oposición? Casi la pregunta del malo conocido o bueno por conocer a los ojos de Luis.

Según la coyuntura, es probable que las acciones del pasado le cobren en el futuro. La manera en que sin éxito judicial el Ministerio Público ha llevado casos de sus partidos, la cancelación de compañeros por motivos banales, el costo mismo de las reformas, el regreso de la ola del silencio, expectativas insatisfechas en materia energética, educativa y servicios públicos. Todos estos factores comunes a sus antecesores, parecen marcar la ruta de una historia con final similar o más agresivo que antes.

El tiempo dirá, pero en latinoamérica, la historia de los expresidentes es un cúmulo de malos ratos, sobre todo cuando la reelección tiene un candado y la llave no la tiene el presidente Abinader.

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