Libre-mente
Viviendo los tiempos de la rabia democrática
Hoy, todos los caminos de la rabia y el ataque conducen a la democracia. Curiosa tendencia y fenómeno mayoritario, los iracundos posmodernos están repartidos entre redentores populistas y neo-autoritarios. Muchas serán las razones para que tanta furia acumulada se descargue contra esta forma de gobierno que, profecía de tantos, erigiría el único modelo político viable…
La victoria (ultra)sorprendente de unos esperpénticos líderes europeos, ha causado conmoción. El embrión de la rabia alumbró un producto indeseable, presagio de otro espasmo político y una larga medianoche de oscuridad democrática. Latinoamérica, desnortada y zancajosa, transita la misma vía.
La rabia es el nuevo estandarte del liderazgo tecno-populista, tan experimental como formateada, redoblada por la hibridez de la tecnocracia neoliberal y el populismo electoralista (Accetti,2024). Con tal suerte que nació en acuerdo con el mejor aliado de la historia política, la tecnología. Justo cuando desaparece el antagonismo radical, en tiempos de libertad, aflora el aturdimiento ideológico y la demonización (sofisticada) de la política como práctica social.
Todavía más, el tecno-populismo trepa sobre el algoritmo efectista, caballo de Troya que instila ira en el mismo corazón de personas hastiadas de la cultura política en desbandada. El momento actual es para pensarlo serenamente, sin optimismo encantador ni esperanzas infladas. Cuando la sensatez política deviene prenda extraña o desaparecida, emerge la sociedad de la rabia antidemocrática, prima el desencanto y el furor arrasa los marcos generales de la racionalidad cultivada.
De esa sensación de sopa ideológica, caótica, complicada, separada de referentes genuinos, el primer ganador es el desaliento en masa. La rabia cobra en adeptos y ostenta prestigio; la democracia cede terreno mientras pierde confianza. Cada país soporta la presión de los escuderos del populismo al tiempo que, bajo aprobación o disimulo, confiesan ante otro catalizador de multitudes, el autoritarismo.
Con tan pocas biografías políticas claras, repintadas por excentricidades y prontuarios cenagosos, cuesta bastante restablecer un orden de principios y descubrir la verdadera identidad del adversario. Ningún pasado fue mejor; pero, contenía al menos los perfiles definitorios del contrincante verídico y, sin remilgos, los enemigos ancestrales de la libertad podían ser conocidos. Anuladas las diferencias y contradicciones programáticas, la línea divisoria quedó en nebulosa, y nada sustituye mejor que la espectacularidad pegada por el algoritmo.
¿Dónde quedó la hegemonía labrada de las ideas? Desbalanceado, el discurso resiste agitado por la furia, realzando la pregnancia de emociones y sentimientos sobre el ideario y la propuesta, por tanto, la confusión nubla la conciencia y barre toda certeza. Un barrizal de emociones: el ciudadano puede sentirse jodido, pero satisfecho, prescindir de lo necesario, y aun mostrarse agradecido…
Fragmentado el clásico binomio izquierda/derecha, solitaria y ciega, la izquierda deambula de naufragio en naufragio; la derecha, reclinada en estrechos altares, explora la fe del extremismo mesiánico y el mesías totalitario. Del plano político las contradicciones se trasladaron al ángulo sociológico, sin péndulo ideológico visible, un manto de negatividad ensombrece la política, guiada por el enfado habitual, esparcido en cada lado. Cualquier propósito político razonable fracasa, reventado por el caudal de la emoción distribuida, cada vez más contagiosa, llamativa, la sociedad de la rabia no discierne discursos, no repara en resultados; suscribe relatos.
Arriadas las banderas y medio enterrado el discurso, el algoritmo atiza la emocionalidad del tecno-populismo pegadizo y emoliente que pasó del aplauso lisonjero del pasado a la furia egocéntrica y viral del presente.
Sobresale, además, su inquisidor posmoderno, engreído y sabueso sin rostro que, como su antepasado, oficia en el anonimato (Malamud, 2024). Engendro oscuro y ventrílocuo de la red, impenitente y porfiado, que juzga sin oponente descifrable y a rostro tapado. Irreverente, la rabia apunta a las instituciones políticas de cualquier clase, ensañándose frente al Estado; no es la insurrección de los “fracasados del globalismo” -como pretendieron algunos al principio (Sloterdijk, 2006, 2010)-; contemplamos el indicio ensortijado de otra inquietud simbólica, desmedida, que invoca reconocimiento, estima y estatus (Accetti, 2024). Puede que el populismo tecnocrático haya sido exitoso, pues, cataliza cada rebeldía hasta convertirla en emoción hambrienta de importancia social, de halagos. Byun-Chul Han (2020), desmenuzó el narcisismo infectante que abandonó su privacidad individual para ungirse de un mundo apasionado, acezante.
Obcecada es la historia del desencanto colectivo, pocas veces ha concedido segundas oportunidades, ¿por qué confiar que ahora sería distinto?
El malentendido democrático triunfa en todas partes, la democracia no sólo pierde confianza, está entregando también su mayor y más comprometedora carta, la esperanza...