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Venezuela y los ruidos (¿)

Nadie que se respete y valore la preservación de los principios democráticos en cualquier país no regido por una dictadura, puede coincidir con Nicolás Maduro y ver con buenos ojos lo que él y las instituciones oficiales a su servicio acaban de hacer con la voluntad que la mayoría de los venezolanos recién expresara en las urnas. Sencillamente, la fuerza del poder – con botas, armas y uniformes incluidos – se alzo con las elecciones e invirtió los resultados para que el cambio decidido por el pueblo no fuera posible. Y eso - con todo y el agradecimiento por acoger a Duarte y los aportes en su momento de los expresidentes Carlos Andrés y Hugo Chávez – no podían encontrar el visto bueno del presidente Luis Abinader, del canciller Roberto Álvarez ni del pais , que , junto a otros siete, lo menos que podían pedir era que se presentaran las actas oficiales del evento electoral y que no se reprimiera a la oposición política , como en la práctica ha venido ocurriendo, hasta el punto de empujar al exilio al virtual ganador del proceso, Edmundo González. Pena que el dictador, disgustado por eso, haya roto las tradicionales buenas relaciones entre su nación y la nuestra. Y el que Maduro y su descabellado ministro de Interior, Justicia y “Paz”, tras la incautación de dos naves venezolanas aquí, se hayan dirigido en términos amenazantes y destemplados hacia el presidente dominicano. En el trasfondo, un tema de geopolítica mal manejado - con verdades a media- por todas las partes (¿). Maduro y Diosdado saben que las dos naves no las “robaron” aquí, sino que, por acuerdos de Estado a Estado y tras las formalidades, las reclamó Estados Unidos. Y si en algún momento entraron allá, como hay versiones, debieron incautarlas ellos y no dejarlas salir. Así la culpa tuviera dueño claro, evitándole al país aparecer como punta de lanza. Por demás, se sabia de quien eran las naves, a las que debieron darle mantenimiento en otro lado, no aquí.

Y respecto a la deuda con Venezuela - por continuidad del Estado-, debió aclararse que el retraso obedecía al bloqueo de sus cuentas. Y una salida ruidosa -y costosa, al tumbar la versión oficial- fue la de Miguel Mejía, desmintiendo al presidente Abinader. Primero, debió renunciar como ministro o el gobernante, pese al viejo afecto con Abinader padre, debió cancelarlo. No es buen precedente.

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