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OTEANDO

Con frisa en agosto

El miércoles pasado, en un programa de televisión que veo frecuentemente, escuché a un cantautor dominicano establecer la diferencia entre la música y otras expresiones, supuestamente musicales, que hoy día prefieren nuestros jóvenes, y a la que confunden con aquella. Estuve un poco de acuerdo con el enfoque que hacía sobre el particular. Decía algo así como que la música no está en crisis, porque lo que ocurre es que muchas manifestaciones con pretensión de música no son tal cosa. Y es que, para mí, sonido y ruido son cosas diferentes y, la sola definición de música pone distancia entre esta y lo que estamos oyendo: letra predominantemente vulgar e instrumentación mediocre. Amén de los chillidos vocales, capaces de regresar a cualquiera que haya alcanzado el nirvana.

El tema me hizo evocar el concepto de “aura”, del que se sirve Walter Benjamin en su obra titulada “La obra de arte en la época de la reproducción mecánica”. Benjamin llama “aura” a esa característica ínsita de la obra de arte original que pone distancia entre esta y cualquier reproducción que de ella se haga. De la misma manera, en el caso, la música verdadera siempre va a mantener el aura que la separa de las imitaciones mal “elaboradas”. En la ocasión me permití escribirle a la conductora del programa diciéndole que, el fenómeno es el precio que estamos pagando por la exclusión y la marginalidad: esos jóvenes, desamparados por una democracia deficiente, encuentran en su “arte” un cauce de expresión de sus miserias que debería convocar al Estado a prestarle más atención.

El artista contestó que no se trata de eso, porque Mandela vivió peores situaciones y trascendió. Recordé de inmediato la ética de la otredad desarrollada por Emmanuel Lévinas en su obra “Un compromiso con la otredad. Pensamiento ético de la intersubjetividad”, que podría resumirse en su expresión “siendo los demás, es como llegamos a ser nosotros mismos”. Fue muy infortunada la respuesta de nuestro cantautor. Y es que, olvida que Mandela no define el fenómeno. Mandela es una excepción paradigmática que trascendió teniendo como único norte, precisamente, acabar con esa exclusión y discriminación en su país. Practicó la ética de la otredad, un ejercicio que, de seguro, a nuestro culto cantor se le haría imposible. Él comporta una especie de solipsismo existencial de la mismidad que le impide ponerse en el lugar del otro. No podrá juzgar a quienes duermen sobre un cartón a la intemperie desde su habitación con acondicionador de aire, obligado a arroparse con frisa en pleno agosto.

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