PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
¿Qué profesores formarán profesionales solidarios?
Kolvenbach respondía: los que se adentren “en lo más profundo de la realidad humana, para ayudar a hacer del mundo un lugar más habitable…” Los que se pregunten a sí mismos: el conocimiento que pretendemos a favor de quién y de qué está.
El profesor que logra una formación solidaria no se satisface con “fragmentos” sino que intenta integrar “experiencias e intuiciones” dentro “de una síntesis sabia y verdadera de la realidad de nuestro mundo”. Kolvenbach reconocía con realismo: muchos profesores… no están dispuestos “para un intercambio de tal envergadura.”
Todo profesor está en contacto con el mundo desde un punto de vista que nunca es neutro. El que propone la Compañía es “el de las víctimas de la injusticia”. Kolvenbach exhortó a cada docente a preguntarse: “cuando investigo y enseño, ¿dónde y con quién está mi corazón?”.
¿Cómo lograr que “las necesidades reales de los pobres” encuentren su sitio en la universidad? Estableciendo lazos de “colaboración orgánica con aquellos que, en la Iglesia y en la sociedad, trabajan entre los pobres y en favor de ellos, buscando activamente la justicia”. Que se favorezcan las relaciones entre los profesores y los agentes que trabajan contra “la pobreza y la exclusión”, contra lo que viven las mayorías en muchos países.
¿Qué sucede cuando los profesores “adoptan perspectivas incompatibles con la justicia del Evangelio y consideran que la investigación, la docencia y el aprendizaje pueden ser separadas de la responsabilidad moral y de sus repercusiones sociales? Les están comunicando este mensaje a sus estudiantes: “pueden desarrollar sus profesiones y sus propios intereses sin referencia alguna a ningún “otro” fuera de ellos mismos.”
Pero “cuando los profesores optan por el diálogo interdisciplinar y por la investigación socialmente comprometida en colaboración con las plataformas del apostolado social, están ejemplificando y modelando un tipo de conocimiento que es servicio. Y eso es lo que aprenden los estudiantes imitándolos en cuanto “maestros de vida y de compromiso moral”, como dijo Juan Pablo II.
Ciertamente que las universidades de la Compañía no son “sucursales de los
ministerios sociales o en instancias de cambio social,” pero su diálogo con los que trabajan por una sociedad más justa es “una garantía verificable de la opción del profesorado y una ayuda real para, como se dice coloquialmente, --¡estar siempre en la
brecha--!”.