Un santo
Huando Schoe conocido bastantes mártires a lo largo de mi vida (más ellos que ellas, desde luego) algunos involuntarios, voluntarios la mayoría. En cambio, solo creo haberme encontrado con un santo. Coincidimos, no por capricho nuestro, en enero de 1969 en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, situada en la Puerta del Sol de Madrid. Es el edificio que hoy alberga la Presidencia de la Comunidad y desde donde mi admirada Isabel Díaz Ayuso gobierna con mano de acero en guante de terciopelo para desesperación de todos los zánganos de la izquierda que dedican su tiempo a maldecirla y por tanto a reforzar su mayoría. Aquel santo era bastante mayor que yo (en aquella época asombrosa, a diferencia de hoy, todo el mundo era más viejo que yo, lo que me hizo suponer muy equivocadamente que sería joven para siempre).
Nos habían detenido a ambos en el primer estado de excepción de la dictadura franquista, que ya de por sí era un estado de excepción permanente que duró cuarenta años. Yo le conocía de oídas, cómo no saber del mítico padre Llanos, el cura del Pozo del Tío Raimundo, y él no tenía ni idea naturalmente de quién podía ser yo porque entonces no era nadie. Luego he empeorado. A pesar de que más adelante supe que tenía fama de mal genio, incluso de atrabiliario, conmigo fue de lo más amable, hasta dulce diría yo. Y eso que los santos son a veces tan antipáticos que no les aguanta ni Dios…
Tuvo su época de cura integrista, como diríamos ahora y no entonces, que un año dirigió los ejercicios espirituales del dictador Franco y señora, además de servir frecuentemente de capellán a los falangistas del Frente de Juventudes. Parece que fue durante una de esas catequesis políticas cuando se desengañó de las promesas sociales de la sublevación franquista y de la revolución pendiente falangista. Porque aunque ahora muchos ya no lo sepan o no quieran recordarlo, Falange fue un movimiento revolucionario y social (aunque no tanto como el nacionalsocialismo) que maldecía a los ricos y ensalzaba a los humildes con idéntico ahínco retórico e inanidad práctica que hoy caracteriza a Podemos o Sumar.
Cuando vio que el totalitarismo de derechas no lograba la justicia social se pasó al comunismo, lo que le permitió seguir ejerciendo su santa intransigencia. Porque en eso consiste ser santo, en no estar dispuesto a transigir. Cuando estrenaron Gilda en el cine Gran Vía se fue con sus muchachos a rezar el rosario en la puerta como represalia contra Rita Hayworth. Pero Llanos era honrado y su intransigencia también: no se fue a vivir a un chalet millonario en Galapagar sino a una chabola en el Pozo, cuya puerta nunca se molestaba en cerrar. Y llevó el agua y la luz a ese barrio marginado, lo cual es dar trigo y no solo predicar.
El padre Llanos tiene una biografía, Azul y rojo, escrita por Pedro Miguel Lamet y ahora un documental sobre su figura, Un hombre sin miedo, realizado por Juan Luis de No. Recuerdo vagamente nuestras charlas en la DGS y un punto de encuentro. Yo acababa de hacerme miembro de una Asociación Mundialista, que tenía como objetivo acabar con los nacionalismos y las fronteras. Uno de sus promotores era Bertrand Russell, lo que para mí bastaba, y también figuraban en la lista otros ilustres adherentes como el alcalde de Hiroshima. Por supuesto nunca llegué a conocer otro mundialista… hasta que hablé con el jesuita rojo.
Resulta que Llanos era también mundialista y me reconoció que yo era el primer compañero de mundialismo que se encontraba. Por un momento nos miramos sonriendo y yo le dije: «¿Sabe, padre Llanos? Me parece que usted y yo somos los dos únicos mundialistas de España». Hasta ahí llegó nuestra amistad, aunque luego volvimos a vernos alguna que otra vez cuando fui a hacer teatro de aficionados al Pozo. Mucho después, cuando con el triste motivo de los atentados de Atocha tanto oí mencionar de nuevo el Pozo del Tío Raimundo, ya entonces muy distinto del que yo conocí, recordé al padre Llanos con toda simpatía. Y es que el mundo da tantas vueltas…
En eso consiste ser santo, en no estar dispuesto a transigir. Cuando estrenaron Gilda en el cine Gran Vía se fue con sus muchachos a rezar el rosario en la puerta como represalia contra Rita Hayworth.