El dedo en el gatillo
Cubanos y dominicanos por Madrid
Tengo dos familias. Una más cerca que otra por circunstancias especiales. Pero soy atendido a partes iguales, sin distinción. La primera la conforman mi hija Anet, su madre, y un niño que nunca nació.
A la boda de Anet con un gallego con ínfulas de grandeza me negué a asistir a pesar de que mi hija se encargaría de mi seguridad. Discutimos y el hechizo se rompió. Años después, su hermana la acompañó durante su operación cancerígena y puso en mi conocimiento su estado de salud. No solo volvimos a nuestras andanzas de sangre, sino que le pedí perdón por tantos años de silencio. Hoy lucha por su porvenir. Es dueña de una agencia de viajes y se codea con la sociedad de La Coruña que la ha adoptado como su hija. Su madre, es decir, quien fue mi primera esposa, vive cerca de su empresa, y Anet la cuida y la mantiene.
Mi segunda familia la conforman la que fue mi otra esposa, y mis dos hijos de ese matrimonio, Roxana y Luis Ernesto. Cada uno me ha dado dos nietos y soy un emigrante feliz.
Si relato esta parte de mi historia personal no es por vanagloria. La vida me ha unido demasiado a mis dos familiar en la batalla por subsistir. Las dos, con virtudes y defectos (igual que los míos), son emigrantes; se han formado bajo una ética vinculada al país donde sentaron raíces gracias a la buena educación recibida durante la infancia. Se han dado a respetar, y no se dan por vencidas. Pero son emigrantes, Yo doy la vida por verlas sobrevivir con dignidad.
Por estos días, Anet me llevó a su cueva en A Coruña. Allí disfruté a su lado diez inolvidables días. Conocí a sus mejores amigas, a su actual pareja, a intelectuales locales, y compartí saludos y cenas para que todos se dieran cuenta de que soy un ser humano, con derecho a equivocarme, Pero ya escribiré de mis experiencias en La Coruña.
A mis setenta y cuatro años y con varias cirugías pendientes, aterricé en la capital de España. Allí estaba Anet, quien reservó tres noches en el hotel Umusic que funciona en el 90 por ciento del edificio del antiguo teatro Albéniz, uno de los más ilustres de la capital española y hoy reducido a una pequeña sala de conciertos donde, de vez en vez, artistas locales se presentan. Me gustó el hotel. No tanto por sus comodidades, y trato afable sino porque muchos de sus empleados son mis compatriotas de la nueva generación, afincados allí, igual que mis dos familias, por sus propias iniciativas y medios. Hoy luchan por salir adelante en una realidad donde el exiliado ha cambiado de nombre y casi nadie se echa al hombro su suerte. Allí conversé con un joven cubano conocedor de una parte de la obra y la tortura moral de Heberto Padilla, el poeta cubano más importante después del grupo Orígenes. El joven vió por internenet la segunda lectura de su juicio donde la denuncia a sus compañeros de letras fue cubierta por un manto invisible de razones extraliterarias.
Vuelvo a las noches madrileñas y la primera transcurrió en un pequeño restaurante “Cuando salí de Cuba”, espacio lleno de fotos antiguas de mi patria Allí, manos expertas en preparar platos de la cultura culinaria antillana me sirvieron a su antojo. Todos sus empleados son cubanos de varias generaciones. La mayoría, jóvenes. Se respiraba un buen ambiente.
Mi deseo de permanecer varios días en Madrid se motivó por asistir al estadio Santiago Bernabéu en busca de camisetas originales del Real Madrid para mi hijo y nietos.
Ese domingo en la mañana recorrí la Plaza Mayor donde se reúnen coleccionistas de sellos y monedas antiguas, las cuales comercializan a precio de catálogo. Y mientras recorría esos tesoros colecccionables conocí la ansiedad de medio centenar de comerciantes variopintos. Observaba sus ofertas y chequeaba precios.
A la una de tarde finalizó aquella fiesta dominguera donde conocí las rarezas del coleccionista español. Son gente afable cuando algo se les compra. Pero también poco serviciales, junto algún que otro huraño con rostro hirsuto, mirando de reojo el ir y venir de los turistas que ya no compran tanto como antes. Después, mi entusiasmo por convocar a los cubanos en busca de historias chocó con la debida prudencia de aquellos emigrantes que prefieren andar en bajo perfil y no ser famosos, aunque lo fueran porque, lamentablemente, no llevo un cartel en mi frente que hable de mis supuestas bondades.
Algo que procuré fue la relación con mis hermanos dominicanos por su buena educación, solidaridad y cercanía familiar. Los encontré de varias estirpes, desde hermanos y hermanas muy cercanos a mi vida de emigrante, como a mis inolvidables pasantes de Listín Diario, muchos de ellos con maestría terminada que trabajan en la hostelería hasta que terminen de salir sus papeles de residencia. Es muy complicado ser emigrante en España. Hay mucha competencia. Tienen que superar a los nacidos allí para aspirar a dar la talla con el talento que poseen. Pero verlos, tocarlos y andar con ellos por las calles de Madrid, fue una experiencia decisiva. Las cosas, a veces, no son como parecen. O como debieran parecer cuando se mira de frente al interlocutor. Y el lema de cada día debe tomarse como viene. No hay de otra.
Anet me llevó a su cueva en A Coruña y disfruté a su lado ocho inolvidables días. Conocí a sus mejores amigas, a su actual pareja, hosteleros cuasi familiares y a intelectuales importantes.