OTEANDO

El presidente también ha sido claro

Por estos días, con el anuncio de la visita de Antony Blinken, secretario de Estado de los EE.UU., se han vuelto a tejer conjeturas gravitantes sobre los conceptos de soberanía, injerencia, sumisión arrodillamiento, y un largo etcétera que ceba la capciosa imaginación de ignorantes políticos -no cabe otro adjetivo a quienes por convicción o por simulación así obran- que, con sus “aportes” al debate, desorientan a los dominicanos tergiversando cuestiones elementales del comportamiento diplomático y las relaciones internacionales. Con espíritu taimado, se aprovecha la situación que vivimos en relación con Haití para crear un sentimiento de rechazo a la visita del diplomático, atribuyéndole a esta fines injerencistas y anunciando desde ya las terribles consecuencias que tendrá para nosotros.

No descarto, en modo alguno, el tratamiento obligado del tema haitiano en la reunión del señor Blinken con nuestro presidente. Sería pecar de ingenuo negarlo. Con todo, de lo que sí estoy seguro es de que se trata de un acontecimiento común en el normal desempeño de las relaciones internacionales de hoy. Para hacer juicios sobre el tema, no basta con ser un opositor o un crítico común del enfoque que ha dado el presidente Abinader a nuestra política exterior. Es preciso, además, asumir una razonable alteridad en relación con la posición de los actores concernidos en la anunciada reunión. En otras palabras, hay que evaluar los intereses que representan Blinken y Abinader en este escenario. ¿Puede EE.UU. aislarse como potencia de lo que ocurre en su área de influencia? Y la mejor, ¿puede el presidente Abinader negarse a recibir al secretario de Estado de los Estados Unidos de América?

Ninguna de las dos preguntas anteriores puede ser contestada de manera afirmativa. La reunión se dará porque no hay alternativa, y ese simple hecho no asegura, en absoluto, que la actitud que ha de esperarse del presidente Abinader sea la de sumisión, pero tampoco debería esperarse que asuma una actitud descortés o grosera frente al más alto representante de la diplomacia norteamericana. A lo sumo, cabe esperar -y así me atrevo a pedírselo- que defienda nuestros intereses nacionales con la asertividad suficiente como para que el tema haitiano no nos cause más perjuicios de los que ya nos ha causado. Es lo que han hecho, con mayor o menor baza, todos los pasados presidentes que han debido enfrentarse a las presiones que sobre nosotros genera la cuestión. Ya antes también ha sido claro. Hágalo de nuevo, presidente, es lo que espera su pueblo.