Reminiscencias

Cosas que me han pasado

Son increíbles muchas de las cosas que he tenido que confrontar en mi largo tiempo de abogado como en la palestra pública participando en la aplicación de políticas públicas muy sensitivas como es siempre el fuero terco del latifundio, así como la muy riesgosa misión de luchar contra la comercialización de la droga y el atroz resultado del consumo devastador de juventudes.

El abogado Marino Vinicio Castillo acompañado de sus hijos, también abogados.

El abogado Marino Vinicio Castillo acompañado de sus hijos, también abogados.

Pero hoy quiero traer un recuerdo especialísimo de una ocurrencia en la que yo sería juzgado por una supuesta difamación en perjuicio de un ex embajador de Colombia, acreditado entre nosotros en el tiempo que fuera Presidente del Consejo Nacional de Drogas con rango de Secretario de Estado.

El sector que estaba impulsando la persecución era muy poderoso y logró la complicidad de mi acusador. Mis hijos asumieron la defensa, según decidí, y procedieron a recusar cinco de los jueces, bajo la objeción de haber participado algunos de ellos anteriormente en la defensa de un ex Presidente de la República, en un proceso en el cual mi presencia fuera determinante para la formulación de los cargos consiguientes.

Nos llegó una información alarmante para mi familia, excepto para mi esposa. Ella decía: “Él es inocente de eso y no suelto el Rosario. La Virgen siempre le ha protegido.”

El plan era imponerme cárcel y fuerte penalidad económica, como castigo por mi actuación en aquel juicio tan intenso, dos mil horas de audiencias televisadas. y un juez que demostró cómo puede la probidad alejarse del miedo y el soborno. Un año en la Victoria bastaría para terminar con aquel honrado abogado que pretendía convertirse en Abogado de la República, no simplemente de sus tribunales.

Llegó el día de mi ejecución en aquel patíbulo; mi hijo Pelegrín quiso ponerse la toga por primera y única vez entonces, porque el duelo no sólo era conmigo, sino con mi familia y su pasado de abogacía colosal. Ni hablar de Juárez y Vinicio, que son dos guerreros, y estaban muy interesados que el juicio se diera, considerando que saldrían derrotados los que pretendían destruirme.

Dos días antes busqué con mucho afán una obra que había leído titulada “La Droga, el dinero y las armas”; su autor es Alain Labrousse, que dirigía el Observatorio Geopolítico de la Droga Mundial.

La noche antes del juicio en televisión hablé del espectacular hallazgo que había hecho al releer la obra citada y allí se expresaba que desde España, uno de los hermanos Rodríguez Orejuela había pagado un millón de dólares para que el Fiscal General colombiano, es decir, el ex Embajador mencionado, lograra la negativa de la extradición de tan importante Capo, favoreciéndole con una solicitud de extradición, pero a Colombia, por violación a la ley regulatoria de los Toros de Lidia, no a Estados Unidos, que lo reclamaba desde entonces y que finalmente terminó por alcanzar ese objetivo años después.

Así fue que tuve que presenciar la penosa escena del Pleno de la Corte retirarse atropelladamente, sin dejarme hablar una sola palabra, y tuve que hacerlo solo con la presencia del Procurador General, que permaneció impasible allí para oír acerca de lo que había ocurrido.

Un emocionante discurso, breve pero explosivo, que por desgracia los medios de prensa no reseñaron quizás porque salieron espantados ante la huida de los jueces que habían tronado contra nuestras recusaciones, rechazándolas con intensa arrogancia.

De todo aquel affaire lo más conmovedor para mí sigue siendo la reacción de mi esposa. Mientras muchos reían de la pesarosa actitud de jueces que eran tan poderosos, ella sólo me dijo: “Yo me lo imaginaba; tú eres inocente y no te quieres dar cuenta de que la maldad es lo que impera. Además, yo recé mucho para que no te castigaran tan injustamente.”

En verdad, esta Reminiscencia es una entre las muchas que voy a ir haciendo relativas al valor moral y la integridad de mi esposa frente a tantos acontecimientos en los cuales tuve participación.

A medida que pasa el tiempo los recuerdos van llegando y, como he dicho otras veces, la conciencia es absolutamente justa e independiente y esto entraña que al recordarlos surja un sentimiento extraño de culpabilidad, porque en medio de la lucha, una mujer tan valerosa, jamás dio muestras de desaprobar mis causas, pero, cuando uno examina las situaciones no puede dejar de pensar: Caramba, ella de seguro sufrió mucho!. Qué interesante es al terminar la vida poder hacer esas comprobaciones.

Recuerdo, y ésto lo doy como adelanto, cuando se produjo una reducción de pena de veinte a ocho años, de un representativo exponente del Cartel de Cali, éste, al salir por el aeropuerto hizo estas declaraciones: “Cuando niño yo le decía a mi madre que el diablo no existe; pero ahora que he conocido lo que es Vincho Castillo, pienso que me equivoqué.”

Luego, en Viena, el Embajador de Colombia que había sido un jefe legendario de su policía, del cual he sido un amigo, me dijo: “Cuando atrapamos a Gilberto Rodríguez Orejuela, en uno de los maletines había una carta de un colega suyo, que se refería amargamente a que no habían logrado esa reducción de pena porque Vincho Castillo estaba de por medio”. Entonces, yo le dije: “Lo que hice fue cumplir con la ley.”

Mi esposa, mi inolvidable compañera, cuando se enteró de esas cosas la vi por primera vez con el rostro contraído, demostrando cierta angustia, no miedo, por supuesto.

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