SIN PAÑOS TIBIOS

Toda mujer es Helena

Antes que Newton, ya toda acción conllevaba una reacción; y antes de él, todo ruido generaba un eco. Así las cosas, que en 1964 Wilson y Penzias no entendieran que las interferencias desconocidas que recibían en su laboratorio no eran más que radiaciones de fondo de microondas, o lo que es lo mismo, el “eco” del Big Bang, sólo viene a decir que en algunos casos, 15,800 millones de años no son suficientes para anular el ruido del Gran Estallido, o en términos místicos, lo que queda del soplo de Dios.

Otros ruidos generan menos ecos y aún así todavía perduran. Asumiendo como válida la medición de Erastótenes por puro complejo homérico, y dejando a un lado la discusión arqueológica de si es en el estrato VI o en el VII donde podemos ubicar a la mítica Troya, reconozcamos que a tres milenios de distancia, no sólo su historia sirvió de base al relato fundacional de aquello que con el tiempo devino en llamarse “Occidente”, sino también –eurocentrismo aparte–, a toda la historia de la humanidad, en función –precisamente– del eco de sus consecuencias.

La Ilíada nos brinda todos los detalles (¡Hasta la dirección exacta de Troya!, ¡aplausos para Schliemann!), y nos dice que la razón fundamental de la guerra fue el rapto de la bella Helena –esposa de Menelao, rey de Esparta– por parte de Paris –hijo de Príamo, rey de Troya (AK: Ilión)–; o siendo simplistas, vendría a decir que la sagrada ciudad cayó, no condenada por las tretas de Odiseo (“fecundo en ardides”), la cólera de Aquiles (“el de los pies ligeros”), o la ausencia de un Héctor que la defendiera (“domador de caballos”).

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