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¿Cuán mala es Harris?

Ante la evidente decadencia de Joe Biden, el partido demócrata tuvo a bien coronar a la vicepresidenta Kamala Harris como candidata a la primera magistratura de los Estados Unidos. Para un partido que se ufana de ser un defensor acérrimo del proceso democrático, esta especie de dedazo al estilo mexicano compromete significativamente su credibilidad ante el electorado. También le quita fuerza al discurso demócrata en el cual se denigra al líder de la oposición, Donald Trump, llamándole Hitler y catalogándolo, en ese sentido, como una peligrosa amenaza al sistema democrático del país de Alexander Hamilton. Ese discurso infundado es, dicho sea de paso, sumamente nocivo y, sin dudas, inspiró, de algún modo, el atentado contra la vida del candidato del Partido Republicano.

Kamala Harris, Joe Biden y la primera dama Jill Biden

La candidata presidencial demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, el presidente Joe Biden y la primera dama Jill Biden saludan durante la Convención Nacional Demócrata el lunes 19 de agosto de 2024 en Chicago.Paul Sancya

Gracias a Dios Donald Trump salió prácticamente ileso del ataque de quien intentó volarle los sesos y hoy sigue haciendo campaña para socavar la verdadera amenaza al futuro de la nación norteamericana; nación que por tanto tiempo ha sido para muchos un baluarte de la libertad, la justicia y la prosperidad. La real amenaza al bienestar del país de Rosa Parks no se llama Donald Trump. Se llama, en cambio, Kamala Harris. Para validar esta verdad indubitable nada más hay que estudiar la trayectoria de esta política que ha hecho historia. Esto no solo por ser la primera mujer vicepresidenta de los EEUU, sino también por ser la primera candidata a la presidencia sin ser elegida directamente por la gente, sino por la oligarquía liberal del partido que tiene dominio del gobierno federal.

Ahora más allá de ese importante precedente, consideremos lo que, en efecto, ha hecho Kamala en su tiempo como vicepresidenta. En ese orden cabe decir que Harris ha sido la vicepresidenta más importante en la historia de los EEUU. Esto, por el hecho de que merced de la condición mental del presidente en funciones (o, para ser más preciso, en disfunciones) ella ha tenido que, básicamente, llevar las riendas del país tras bastidores. Lo antedicho la hace directamente responsable de todos los aciertos y desaciertos de la administración de Biden.

Lamentablemente, identificar aciertos en ese gobierno se hace tan difícil como encontrar una aguja en un pajar. Los desaciertos, sin embargo, están en todo lugar. El cierre de la economía en tiempos de COVID; la hecatombe que se materializó con la desastrosa salida de las tropas estadounidenses de Afganistán; el descontrol inflacionario que ha erosionado el bienestar fundamental de un gran número de ciudadanos a nivel nacional; la inmigración ilegal que el gobierno federal y muchos estatales y municipales de tendencia liberal han incentivado sin sonrojar; el conflicto entre Rusia y Ucrania; el ataque de octubre 7 de Hamas a Israel. Todo ello habla volúmenes de la capacidad de gobernar que tiene la nueva candidata presidencial.

¿Pero qué tiene que ver el ataque de Putin a Ucrania y de Hamas a Israel con la administración Biden-Harris? Por un lado, fue bajo el liderazgo Biden-Harris que EEUU liberó a favor de Irán cientos de miles de millones de dólares que la administración Trump-Pence había frizado en virtud de las amenazas terrorísticas articuladas por los líderes chiitas. Con esos fondos en su poder, los chiitas procedieron según lo que prometieron. Es decir, financiaron a Hamas en su ambición de borrar a Israel de la faz perpetrando un cobarde ataque terrorista en el cual mataron, violaron y secuestraron a cientos de personas indiscriminadamente. Putin, por su parte, emprendió el ataque contra Ucrania tomando en consideración la debilidad de la administración Biden-Harris. Xi Jiping, de su lado, está esperando a ver qué sucede en noviembre para decidir si toma de manera forzosa la isla de Formosa la cual, a diferencia de China comunista, es un bastión de la democracia allá en Asia.

¿Y qué del arraigo popular y el magnetismo sin igual que, según los medios liberales, proyecta la nueva candidata presidencial? Para evaluar el particular basta considerar que, en las primarias del Partido Demócrata de cara a las elecciones de noviembre del 2020, ella fue una de las primeras en salir de la contienda debido a que no obtuvo resultados satisfactorios en los sondeos de Iowa que es el primer Estado en celebrar las primarias, y es, asimismo, el que usualmente marca la tendencia ganadora o perdedora de los pre-candidatos. Merced de su pobre desempeño en los particulares, los pesos pesados de su partido dejaron de financiarla y Harris tuvo que tirar la toalla sin tan siquiera subir propiamente al cuadrilátero de pelea en la contienda por encabezar la boleta del partido que se abandera de la idea de eliminar la frontera y dejar que al país entre cualquiera.

¿Por qué, entonces, si no tenía un liderazgo popular con el rigor de lugar, terminó Kamala siendo la candidata vicepresidencial elegida por Biden en el 2020? Simplemente porque Biden prometió en campaña que elegiría como compañera de boleta a una mujer de la raza negra. Hizo una promesa no meritocrática, sino clientelar en el punto álgido del verano en el cual Black Lives Matter vandalizaba importantes ciudades a todo dar con poca o ninguna resistencia de los gobiernos locales y/o estatales; gobiernos que rehusaron, en numerosas ocasiones, los refuerzos federales que en aquel entonces les ofreció el presidente Donald Trump para frenar las gran ola criminal que trajo emparejada consigo pérdidas humanas, así como materiales en el orden de los cientos de millones de dólares.

Pudiera poner de relieve muchas cosas más como su ferviente apoyo al aborto medalaganario, pero, considerando el límite de espacio, concluyo esta contestación a la pregunta de cuán mala es la candidata en cuestión puntualizando que Kamala, junto a toda una retahíla de líderes demócratas, ocultó por años el verdadero estado mental del quien se supone encabeza el gobierno federal. Esto en detrimento del bienestar general de la nación de Ulysses S. Grant. Hasta el día de hoy, el incumbente de la Casa Blanca, a quien la élite de su partido le hizo un golpe de estado quirúrgico con anestesia local, no goza de la agudeza mental para desempeñarse en el rol político más importante a nivel global. En lo que probablemente fue una movida fríamente calculada de la cúpula Demócrata, los miembros del Partido reconocieron el particular después del debate Trump-Biden. Por eso sustituyeron a su candidato original por Kamala. Sin embargo, ahí continúa Biden en la Oficina Oval a pesar de que, a juicio de sus correligionarios, no tiene la capacidad física ni mental para liderar. No obstante, Joe –come le llaman– sigue siendo el Comandante en Jefe del país que bajo Roosevelt le puso fin a los nazis, domó con Nixon el comunismo chino, y derrotó con Reagan el socialismo soviético que hoy, bajo Biden-Harris, parece estar resurgiendo.

El autor es economista.