SIN PAÑOS TIBIOS
"Sueño de una noche de verano"
No supe que era rico hasta hace poco tiempo. Antes de eso, todo discurría normal, como la mayoría de la gente, viviendo la vida en lo que llega la muerte. Porque la dinámica siempre ha sido la misma sin importar tiempo, lugar o cultura; e igual pudo Edipo haber dado otra respuesta a la Esfinge, si esta le hubiera hecho otra pregunta.
En fin, que aparejadas a las ansiedades propias de la búsqueda de un propósito a eso que algunos suelen llamar “vida”, se suman también las que genera el propio hecho de estar vivo. Que vamos, que Aristóteles decía que no podemos vivir solos, y por tanto, los demás son necesarios para dar sentido a nuestra existencia; ese “Ubuntu” que en zulú es ser porque somos; esa asunción de que hay que transigir, acordar, pactar, negociar, ceder y entender… y lo demás es caos, guerra, conflicto; sólo que se nos va la vida en entender algo tan simple y ya cuando lo comprendemos, nos falta poco…
La post modernidad nos atiborra de muchas preocupaciones, pero las vitales quedan supeditadas a un segundo plano, pues más importante que comer (una necesidad biológica) es –por ejemplo– qué, dónde y con quién. Así las cosas, donde hay una solución buscamos tres problemas, y vamos construyendo una dinámica social de relaciones interpersonales basadas en el estrés que generan problemas inexistentes y ansiedades derivadas de aspiraciones insatisfechas, no de necesidades irresueltas. Si a eso sumamos que la tarjeta hay que pagarla si o si, para poder financiar la pantalla que hemos decidido vivir y que disfrazamos bajo el autoengaño de que hay que proyectar una “imagen”, para poder “merecer” algo, la receta para la frustración garantizada está servida.
Somos una sociedad de adictos a la dopamina, de ansiosos que viven de día la vida que no pueden vivir y que de noche son incapaces de dormir. El insomnio es una epidemia, la melatonina y el citrato de magnesio son temas recurrentes en conversaciones de bares, y ya nadie habla de lo bien que se ve esa mujer en pantalones blancos, sino de la cantidad de horas de sueño dormidas, como si de trofeos se tratara.
Dormir es un lujo; hacerlo profundo un privilegio; y si es de corrido, por más de siete horas, una gracia divina. Algo que es gratis se ha convertido en inalcanzable para muchos. Unos no podrán dormir porque no pueden satisfacer sus necesidades vitales; o porque sus hijos están condenados a la miseria en una sociedad excluyente e injusta como esta. Otros no podrán hacerlo porque el esquema piramidal que soporta su estructura de gasto cotidiana está al colapsar; otros porque no tienen un decreto; otros por mil razones más, reales o imaginarias; pero pocos –muy pocos– podrán pensar sobre qué escribir, tener una idea, apagar la luz y dormir ocho horas de corrido… hasta el otro día, como yo.