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Internacional

Prodigiosa, Simone Biles

A diferencia de muchos conocidos que durante unas semanas viven pegados a la televisión, no suelo seguir los Juegos Olímpicos con entrega absoluta. Sin embargo, cada día veo en los telediarios o por internet las hazañas que se producen en la villa olímpica de París en todas las modalidades imaginables del deporte, que son muchas y cada vez más amplias.

Indudablemente, la gimnasta estadounidense Simone Biles (1997) y su equipo han despertado un sonoro entusiasmo en las gradas y en todo el mundo, rendidos ante unas destrezas físicas que las convierten en las amas absolutas de las cabriolas, sostenidas en las barras, haciendo saltos espectaculares sobre el caballete, posándose sobre el suelo con liviandad de diosas. Biles, en particular, ha provocado asombro y embeleso por la perfección de su ejecución y sus triples flips. Es menuda, pero con una fuerza colosal que la alza al aire con acrobacias que parecen irreales. Se esmera en rizar el rizo de volteretas y sus brazos y piernas son las de una bailarina consumada. Triunfa en el deporte, pero igual podría ser una prima ballerina con estilo único.

La maestría y técnica de Biles, de ascendencia beliceña y nacida en Columbus, Ohio, son el fruto de muchos años de esfuerzo y superación ante las adversidades. Hija de padres con problemas de drogadicción, fueron sus abuelos maternos quienes la criaron y se empeñaron en que desde pequeña su nieta entrenara en la disciplina de gimnasia. A la niña le sobraban aptitudes y buscaron a los mejores entrenadores, el matrimonio Karoly, que, en su país natal, Rumanía, habían entrenado nada menos que a Nadia Comaneci, otra virtuosa de la gimnasia que, en las Olimpiadas de 1976, en Montreal, deslumbró al mundo entero a la edad de 14 años.

Todo estaba a favor de Biles, dispuesta a los sacrificios que requiere la carrera olímpica. Así, emprendió una trayectoria ascendente que no ha estado exenta de las sombras que abundan en el deporte: hace unos años saltaron a la luz pública las denuncias de gimnastas de la Federación de Gimnasia de Estados Unidos por los abusos sexuales cometidos por el médico de la selección, Larry Nassar. Biles fue una de sus víctimas y dio a conocer el calvario que ellas y otras de sus compañeras sufrieron. Sus entrenadores habían sido cómplices de un silencio que forma parte del ambiente tiránico en el que se ven envueltos muchos deportistas de élite.

Durante los juegos de Tokio en 2020, Biles tuvo el coraje de abandonar temporalmente las competiciones y dijo públicamente el motivo: necesitaba descansar y apartarse: “Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”. Sólo así podría recuperar la seguridad en su desempeño físico, afectado por el trauma psicológico y las presiones en un contexto que en muchas ocasiones lleva al deportista al límite hasta romperlo. Recuerdo que recibió críticas por aquel retiro temporal que, a ojos de muchos, era una muestra de debilidad que una deportista de su categoría supuestamente no puede permitirse. Ella se retiró con sus medallas de oro acumuladas, reunió fuerzas, buscó la ayuda necesaria, disfrutó de los pequeños placeres y cuando sintió que podía regresar con el nivel y la entrega debidos, se dispuso a ello. En 2023 volvió a entrenar con la mirada puesta en las Olimpiadas de París.

Este verano, Simone Biles se ha erigido como una de las deportistas más galardonadas de la historia y la mejor gimnasta de todos los tiempos. En un momento dado, fue ella quien tomó las riendas de su historia para moldearla a su conveniencia. No es lo más frecuente en un mundo, el del deporte, lleno de sinsabores y sacrificios sobrehumanos. Las piruetas de su vida son todo un prodigio. [©FIRMAS PRESS]

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