El dedo en el gatillo
Hoy es igual a todavía
La vida es un juego. Y como en todo juego, hay que saber ganar, y también perder. La victoria o la derrota otorgan una recapitulación de caídas o traspiés en el largo camino del andar. Hay quien nace para perder. O para ganar. O para, simplemente, jugar. Y hay a quien no le importa un bledo si gana o pierde porque al final su único propósito es reírse de la incómoda fortuna. No es cuestión de suerte, sino de aceptar la realidad que nos abofetea sin saberlo. Para uno, ganar es la salida del sol, y para otros, la puesta del astro..
Quienes gritan su victoria, a la larga pierden. Contradecir a un mentiroso es como pescar en el mar con un anzuelo sin carnada. Siempre habrá una invención para desnudarnos en medio de una carretera durante un temporal de nieve.
Las cosas que no se dicen o no se cuentan, no suceden, ya bien sean por pudor o por guardar un secreto a buen recaudo. Esa es la ética del ganador o perdedor, porque la victoria o la derrota son un juego más. Dura poco para quien gana, y desespera al para quien pierde. Pero ambas se equilibram.
Mi nieto Luis Fernando está a punto de cumplir siete años de edad. Es virtuoso, inteligente, arriesgado y en las tardes practica deportes. Le encantan los videojuegos, pero tiene un defecto, propio de su edad: No le gusta perder.
En cualquier deporte o actividad que realiza se molesta cuando otra persona se lleva las palmas.
Sus padres lo están educando como debe ser a un niño con mucho talento y energías. Además, le enseñan que el gran problema de la vida no es ganar o perder, sino vivir. No valen trampas ni motivos para falsear la realidad, y darle inteligencia a lo que no lo tiene.
En 2022, con motivo de su cumpleaños, le regalé un tablero de ajedrez. Lo hice para enseñarlo a mover fichas, a identificar los principios del juego ciencia y a contar hasta veinte antes de mover una pieza, aunque pierda por falta de tiempo. Él quedó deslumbrado ante mi regalo y poco a poco se familiarizó él porque requiere mucha sapiencia intelectual.
Pero en la medida en que crecía como ser humano, se estaba desarrollando en él un sentimiento de victoria que no le hacía tener paz con su rival del otro lado del tablero: el hambre de ganar.
Como abuelo que dedico mis escasos conocimientos de Ajedrez con fines de enseñanza, me ponía en su lugar ante determinada situación para el análisis de la partida. De esa forma y a propósito, cometía un error para que él lo aprovechara y obtuviera la victoria en cada enfrentamiento.
Sus padres se dieron cuenta de que por ese camino no iba a llegar a ningún sitio, profesionalmente hablando, y le enseñaron la importancia del equilibro y del riesgo en un práctica de aprendizaje o en un partido de futbol donde no siempre gana quien lo merece, sino quien está mejor preparado.
Y del ajedrez saltamos a otros deportes, también de competencia donde su hermano menor sobresalía más que él entre un grupo de pequeñines, y los vencía. Su hermano, en una competencia oficial de su categoría, quedó en primer lugar. Sin embargo, el grupo de Luis Fernando era más abierto y junto a él competían niños de mayor edad y experiencia. Logró también una estatuilla, pero inferior de tamaño a la de su hermano. Lograrla fue meritorio para alguien que de la nada mostró muchas habilidades y deseos de superación. La rabieta por haber perdido le duró unos días. Sus padres quienes le mostraron que su lugar alcanzado era similar al de su hermano, porque en en el deporte hay que aceptar lo que se alcanza por la persistencia y el tesón. Todos también tienen derecho a ganar. Y la competencia es lo único que determina quién es el vencedor y quién es el vencido.
He sido un hombre que, malo o bueno, me he dedicado a escribir. Por eso no acumulo riquezas, ni tengo la esperanza de dejarle fortuna a mis nietas y nietos cuando mi puerta se abra, de par en par, al infinito. Cuando joven creía en los concursos y enviaba a todas las convocatorias con la esperanza de ganar. En algunas era mencionado con honor, pero sin premios, algo que en realidad, ni pincha ni corta.
Aquí en Santo Domingo solo envié a dos concursos literarios internacionales, uno en París y otro en Venezuela, cuando ni soñaba en sillones de color.
Para mi sorpresa, de ambos eventos me respondieron con amables saludos, invitándome a participar en los próximos eventos. Pero nada más.
Después llegó mi familia de La Habana y los concursos, premios y riquezas se transformaron en la brega cotidiana para sobrevvir.
Cuando mi nieto Luis Fernando conozca esta historia se va a reír mucho de la torpeza de su abuelo por no dejar en el camino aquello que aprendió en su lejana juventud, Algunas puertas se abren y otras se cierran cuando se habla de triunfar. Y para el emigrante, más.
Como respuesta a mi nieto sobre este tema tan controversial, tal vez le diga: “Ahora el que tiene que ganar o perder, pero jugar, eres tú. Ya tu abuelo cumplió con dejar atrás el tollo de vivienda que le dejaron como herencia y el país donde nació”.
Pero es mejor dejarlo todo al silencio. Estoy seguro que, por el camino, Luis Fernando encontrará la respuesta. Es que a veces, Dios, se queda con la mente en blanco.