Libre-mente
El lavadero de las inmundicias de Odebrecht
De cómo la Justicia limpiaría las inmundicias de Odebrecht, siempre fue, rodeada de presagios, una sospecha legítima, aunque pocos anticiparon un final tan fementido y dilemático.
Como la otra, la historia de la borrasca judicial abunda en repeticiones burlescas y descargos lapidarios. Escasa, la gloria parcial de los tribunales dominicanos frente al delito de los poderosos es tan extravagante como tramposa. A ellos, recompensados a merced de su gracia, difícilmente las pruebas lleguen a alcanzarlos...
Similar a Príamo, el personaje de Homero que besa las manos homicidas de Aquiles, la Justicia tiende a amonedar su historial de despojos execrables y a columpiar con un porvenir de consecuencias infamantes. Motejada de tuerta, afina con vehemencia las garras contra los desheredados, pero acostumbra a callar ante los mayores y más repudiables actos de la aristocracia criminal. Fiel a ese atributo protocolario, el viernes 9 de agosto, al atardecer, reafirmó su fuero inquebrantable, legendario.
Mientras Marileidy Paulino corría en París, con la bandera en el corazón y la patria entera sobre su anatomía colosal, la sátira y la impunidad hacían de las suyas en la sala augusta del Tribunal Supremo de la nación. Justo cuando acariciábamos la medalla dorada en París, la Justicia enlodaba aquí, por enésima vez, el lívido semblante de la república en fiesta. La algarabía triunfante de la corredora disputaba el instante a la sarcástica absolución de los últimos acusados del tempestuoso caso Odebrecht.
Allá, la joven atleta de Nizao, en el pedestal de la gloria; acá, la Justicia en prosopopeya del canto a la deshonra, redoblando el eco duro desde su barranco histórico.
Marileidy, tallada de dignidad, corría por 11 millones de almas esperanzadas; la Justicia, embarazosa y apofántica, completaba su obra, devolviendo empresas, yates, cuentas y villas de villanos, a celebérrimos ciudadanos, más que incorregibles, bienfortunados.
El viernes 9 de agosto, cada uno, en su lugar; cada cual en su causa. Ella, con semblante humilde, levantaba la presea dorada en la “ciudad de la luz”; ellos, con rostros victoriosos y sonrojados, fatigaban la historia pusilánime de los togados, enalteciendo vicios añejos, ponzoñosos, adulterados.
Los personajes del poder, fuera de riesgos propios y peripecias audaces, suelen abusar de su suerte: saben que venturosamente caerán parados. Porque abundante y prolongada es su dicha, porque bajo cualquier circunstancia y pretexto jurídico, les sobrará caudal para seguir nadando…
Del caso Odebrecht, estabulado y trabado por el engranaje político (y un procurador ahora procurado) con licencia para desfigurarlo todo, podía esperarse ¿otro resultado? Concluido el drama, el desenlace conduce al epílogo procaz y a la pose regia de los corifeos amaestrados: el final consumó, con lenidad premonitoria, la cita retórica del fracaso.
Enroscada en la cruz de su pasado irreverente, la Justicia hundió los clavos oxidados en el último acto. Entretanto, Marileidy tocaba la campana honrosa del Stade de France, el mallete judicial machacaba, frente al Cristo y sin repugnancia, el clavo de gracia en el tejido lastimado del cuerpo nacional.
Absueltos, absolutamente liberados de todos los cargos, devueltas pertenencias y propiedades, en lugar de perseguible, el crimen devino justificado.
Como borrosa onomatopeya de una campana ronca, ya resuellan los áulicos y zalameros, prestos a restañar, oblicuamente, “tanta moral lacerada”, pues, cuando baja el telón, intérpretes y mamacallos todavía serán necesarios para validar la farsa.
Puesto que Justicia significa mucho más que unánimes decisiones y dictámenes de togados, letra por letra, página por página, el dispositivo, predictivo o bien fundado, no dejará de usurpar la dignidad de un país mil veces abofeteado.
Consummatum est. El departamento estructurado de sobornos, un “hub logístico” para delinquir, los 92 millones en sobornados, las obras sobrevaloradas, los impenitentes consorciados, todo despareció a través de la catarata de complicidades facturadas al intocable entramado. En el pozo, del “delito inexistente” todo quedó lavado, servido, limpiado: la Justicia disponible puede salvar del fango.
El verdadero peligro del garantismo penal es el hipergarantismo selectivo, a saber: presentar con validez lo que razonablemente se descubre acomodado. La decisión de los magistrados supremos, menos que una sentencia entraña la continuidad sempiterna de la jurisprudencia nacional que, con ramas de laurel, troqueladas de inocencia, sigue coronando cabezas invictas del asco delincuencial.
Con lauros bien ganados, Marileidy evitó, quizás sin saberlo, que la inmundicia se cebara por completo, el viernes 9 de agosto, cuando su oro resplandeció sobre el lodazal desparramado...