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No se trata de buena o mala suerte, pues los que creemos en Jesús sabemos que se trata de lo que Dios quiere o lo que Dios permite. Se trata de el bien o el mal con sus posteriores consecuencias. La “mala suerte” a menudo se disfraza como una serie de eventos desafortunados. Sin embargo, al examinar más de cerca, descubrimos que estas consecuencias no son accidentales ni arbitrarias. Son el resultado natural de nuestras elecciones. A veces, la “mala suerte” es simplemente el eco de decisiones previas que no consideramos plenamente.

Cuando nuestras acciones están alineadas con principios morales y amorosos, cosechamos frutos positivos. La “buena suerte” se convierte en una manifestación de nuestras elecciones conscientes y la gracia divina. Es un recordatorio de que nuestras acciones no solo afectan nuestra vida individual, sino también la comunidad y el mundo en general.

Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.

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