El dolor de cabeza del inmigrante (haitiano) indocumentado

“El problema de las mentes cerradas,

es que siempre tienen la boca abierta.”

Mafalda

I. Confío que, si el título del artículo no atrae, al menos lo haga la cita de Mafalda. Independiente de mejores formas de captar la atención, acoto que, aun cuando libere al “haitiano” del título de los paréntesis que lo encierran, me refiero al universo de indocumentados; y no solo a aquellos de los que pasan el Masacre a pie y que -esquilmados- sobreviven tantas extorsiones como cómplices los adentran en el país. Un país, dicho sea de una vez y por todas, que los tiene por ‘necesarios pero no deseados’.[2]

II. El que sean necesarios, particularmente en el mercado laboral, no significa que están exentos de cierto desdén propio a relatos adversos. Se trata de “mitos falsos” que -según el ponderado estudio de Santiago Vargas, a la saga de análisis anteriores de Reina Rosario y Jorge Ulloa Hung, entre otros- son manipulados por políticos, gobiernos y diversos sectores de la vida pública. Ejemplo de esas distorsiones, estas aseveraciones,

- Las fronteras están abiertas y descontroladas;

- El actual flujo de inmigrantes desborda los máximos históricos;

- Las restricciones fronterizas mitigan la inmigración;

- La diversidad étnica y cultural quebranta el bienestar presente y contraviene el porvenir;

- La contratación de mano de obra no calificada e indocumentada priva a los nacionales de plazas de trabajo y entorpece un mejor desenvolvimiento del mercado laboral.

- La prestación de servicios públicos a inmigrantes y sus dependientes limita la cobertura brindada a los nacionales y perjudica el bolsillo de los contribuyentes;

-Detrás de cada inmigrante desafortunado, hay un delincuente en ciernes; y

-La inmigración dispara los índices de delincuencia.

III. Tal y como reconoce el Presidente de la República Dominicana, la cuestión haitiana “es un tema permanente” de preocupación. Entre los desafíos de mayor pesadumbre se encuentran:

En términos

migratorios,

1- La inmigración indocumentada e ilegal, permitida e incentivada por la indetenible complicidad y corrupción cívico- militar;

2- El desequilibrio de la composición demográfica de la población dominicana, debido a la ruptura del balance presupuesto entre nacionales e inmigrantes indocumentados y sus descendientes;

3- El subsecuente establecimiento de una sub-nación étnica, a la usanza de Kosovo, que presagia serios conflictos entre lugareños y advenedizos.

4- La potencial estampida de emigrantes por efecto de fenómenos que van, desde la inseguridad ciudadana o la hambruna, hasta el mal funcionamiento de los servicios públicos o la prevalencia de conflictos cruentos, en el país de origen.

En términos laborales,

5- La flagrante violación del Código Laboral dominicano y el consiguiente régimen de contrataciones a inmigrantes indocumentados; y

6- El impacto de ese modus operandi en término de desplazamiento de la mano de obra nacional, tecnificación de la producción, y calidad y competitividad de los productos dominicanos en los mercados;

7- La falta de planificación respecto a la mano de obra extranjera requerida, por sectores e intervalos de tiempo, en el mercado laboral dominicano;

8- La perpetuación de un sinfín de indocumentados, al amparo de la ilegalidad y sin disfrute de todos sus derechos.

En relación con

diversos temas,

9- Los conflictos, fronterizos o no, por el uso y manejo de los recursos naturales renovables, como por ejemplo suelo, agua y foresta;

10- El descontrol, unidireccional e informal, del comercio binacional;

11- La ausencia casi absoluta de estudios académicos y técnicos, así como de relaciones sociales, directas e informales, que objetiven y cimenten la confianza de los actores y organizaciones de ambos países, entre sí;

12- La proliferación de relatos que fomentan la animadversión y el antagonismo entre los miembros de uno y otro conglomerado poblacional, por doquier.

IV. En consecuencia, llegó la hora para que sean elaborados e implementados suficientes planes de acción, capaces de enfrentar los susodichos desafíos, en y desde la República Dominicana.

V. El basamento de esos planes de acción ha de ser los Acuerdos Abinader-Moïse, del 10 de enero 2021, comenzando por la identificación de todos los ciudadanos haitianos que estén en territorio dominicano; y el Pacto Nacional del 26 de octubre de 2023, en concreto lo relativo a política migratoria, económica y fronteriza.

VI. Con ese telón de fondo, no estará de más velar porque la puesta en ejecución de los requeridos planes de acción no pierdan de vista su objetivo general: ordenar la casa en materia de inmigración y del mercado laboral, prestando especial atención al régimen constitucional y legal del país en materia de:

a. Deportaciones y suspensión de vías legales de entrada, refugio y permanencia;

b. Violencia y uso excesivo de la fuerza en operativos migratorios;

c. Detención y deportación de mujeres haitianas embarazadas;

d. Separación de familias, detención y deportación de niños, niñas y adolescentes;

e. Establecimiento y consolidación de agrupaciones humanas toleradas, pero segregadas y privadas de servicios públicos, mientras viven en condiciones de guetos;

f. Identificación racial y restitución o no de la nacionalidad dominicana; y

g. Seguridad ciudadana y para las organizaciones de la sociedad civil y personas defensoras de derechos humanos.

VIII. En conclusión, el ordenamiento del mercado laboral y el encauzamiento de la inmigración irregular, en particular la haitiana, no soporta más dilaciones. Les llegó la Hora 25, con la elaboración e implementación de eficaces planes de acción. Tanto para aliviar el dolor de cabeza que ocasiona el actual desorden migratorio en el país, como para sacudirnos la sempiterna doble moral asmática que asfixia la civilidad dominicana. Es hora, no solo de las grandes reformas, sino también, de que dejemos de reclamar el estricto cumplimiento de un ordenamiento de la cosa pública que, en la praxis cotidiana, nos tutela como ineficaz conjunto de luces rojas de tráfico, violadas, por nuestros propios congéneres, sin pena ni gloria.

El autor es pofesor-Investigador de la PUCMM