Pensando

Padre siempre

Padre, cuando partiste de este mundo el 22 de diciembre de 1970, apenas tenía 17 años, y en ese momento comprendí que tu recuerdo no solo se manifestaría un día del calendario. Tu verdadera herencia me llegó a través de la educación y los principios que nos entregaste antes de tu despedida. La vanidad no era el camino a seguir, sino el justo lugar que nos pertenecía donde la educación, el respeto y la convivencia, fueran los valores que nos abrieran el espacio que merecíamos en la sociedad. Tu presencia ha sido constante en las diferentes manifestaciones que hemos afrontado, eligiendo de esta manera los recursos que pusiste en nuestro camino, para desarrollarnos en la transparencia de nuestras acciones y así gozar de la independencia que nace de la libre expresión de nuestro proceder. En cada momento te siento a mi lado, escuchando el juicio de tu experiencia y la forma de comportarnos desde el origen doméstico de nuestra identidad. Decirte Padre que no comparto que el agradecimiento a los padres esté ligado a una fecha que no se puede enmarcar en el tiempo, sino en el ejercicio diario de recordarlos y obedecer sus mandatos llenos de amor y sobre todo, la orientación de nuestras vidas en las acciones apegadas a los mejores intereses de la sociedad que nos rodea. Con el paso del tiempo, un árbol, un buen vino, una perla preciosa; no tienen un dramático desgaste, al contrario, como tu legado, es una maduración que nos va enriqueciendo el espíritu.

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