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AGENDA SOCIAL

La fragilidad de la democracia

Las democracias nacen y, lamentablemente, a veces mueren. Solo el esfuerzo de hombres y mujeres sirve para fortalacer los sistemas democráticos lo suficiente para que puedan permanecer en el tiempo y brindar un sistema de gobierno más justo y deseable para la humanidad, aunque no sea perfecto. Sin embargo, como modelo, la democracia no está exenta de fragilidad y más veces que las deseadas, hay gobernantes que se apropian de mecanismos que pueden llevar al colapso de las democracias.

En todo occidente, la situación es cada vez más inquietante por las tendencias que refuerzan la preocupación sobre la estabilidad democrática, incluso en países con democracias que se suponían fuertes. En el caso de América Latina, las encuestas más recientes revelan una creciente desilusión con la democracia en muchos países, donde un porcentaje significativo de la población expresa su descontento con el funcionamiento de la democracia y muestra apertura hacia alternativas autoritarias si consideran que estas podrían resolver problemas como la inseguridad y la corrupción.

Hoy en día, las democracias modernas no mueren a manos de golpes militares o revoluciones violentas, sino a través de un proceso gradual de erosión desde dentro, como dicen Levitsky y Ziblatt en su obra “Cómo mueren las democracias”. Esta erosión es impulsada por líderes democráticamente elegidos que, una vez en el poder, comienzan a debilitar las instituciones y normas democráticas.

En estos casos, no hay un asalto frontal a los valores democráticos. Poco a poco, se socava la democracia mediante la manipulación de los sistemas electorales, el control de los medios de comunicación y la represión de la oposición política. Es una realidad a veces imperceptible y difícil de combatir.

Por eso es tan importante el papel de las normas democráticas informales, como la tolerancia mutua y la contención institucional. En una democracia fortalecida, los actores políticos aceptan a sus oponentes como legítimos y los gobernantes se abstienen de utilizar el poder de manera excesiva. Lo contrario es justificar medidas drásticas que pueden socavar las instituciones democráticas.

Acontecimientos recientes confirman lo que el Latinobarómetro ha destacado en sus más recientes informes: existe una creciente desconfianza en las instituciones democráticas y un aumento en el apoyo a líderes populistas que prometen soluciones rápidas y sencillas a problemas complejos, que suelen desmantelar los frenos y contrapesos que puede llevar a la erosión de la democracia.

La única cura a la enfermedad que afecta a la democracia, es que la ciudadanía se mantenga vigilante y activa. Solo con una sociedad civil robusta, con un sistema de partidos fortalecido y con medios de comunicación independientes, se puede contar con contrapesos al poder.

En todo occidente hace falta reforzar el compromiso con la democracia, para enfrentar los peligros que acechan incluso a las democracias más consolidadas. La fragilidad de la democracia es un recordatorio constante de que su preservación depende del compromiso y la acción de todos.

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