PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Disgustos, diligencias y distinciones de Kolvenbach
El 24 de mayo de 1984 el cardenal Casaroli le devolvía al P. Kolvenbach los decretos de la Congregación General XXXIII. Se habían aprobado “con la esperanza de que los jesuitas trabajen, de ahora en adelante, «en conformidad con lo que el papa ha recomendado intensamente», y recuerda «las indicaciones y las orientaciones dadas precedentemente” por JPII y sus predecesores. Le habrá dolido al P. Kolvenbach que le recordaran “las reservas” de los colaboradores cercanos del papa respecto de la Compañía.
Pero Kolvenbach no se desanima. El General “se mueve con gran destreza y notables dotes diplomáticas, guiado por una sabiduría completamente oriental. Visita con frecuencia los dicasterios vaticanos, informa en los despachos, mantiene relaciones cordiales con los cardenales y prelados. Sin coba o regalos inútiles, recose relaciones, allana oposiciones, mitiga y atenúa incomprensiones, y establece relaciones con todos los diversos componentes que pueblan la Curia romana.”
En una entrevista concedida a la revista 30 Giorni, Kolvenbach expone con candor, que el papa puede ser para la Compañía fuente de inspiración como lo fuera el papa Marcelo, cuyo papado duró tres semanas en 1555. Era gran amigo de Ignacio y de los jesuitas, sobrino querido de San Roberto Bellarmino, S.J., pero también, puede que convenga encontrarse con otro Paulo IV (1555 – 1559), un napolitano que detestaba a los españoles, Ignacio de Loyola incluido. Paulo IV fue a la guerra contra Felipe II de España y mandó registrar la residencia de San Ignacio buscando armas.
Cuando la Santa Sede oriente en septiembre de 1984 sobre la teología de la liberación, Kolvenbach distinguirá entre el esfuerzo por “limitar y relativizar la influencia del marxismo sobre la teología cristiana” y el valor que tiene la legitima aspiración a la liberación en la teología.
Kolvenbach aclaró que nadie se libra de incidir en la vida pública, pero el jesuita debe evitar que su “compromiso en favor de la justicia sea instrumentalizado, «desencarnado» o «reducido a la lucha de clases». «Nadie tendrá que dejar la Compañía por la sola razón de que trabaja por los pobres».”
Kolvenbach logró “rehabilitar la Compañía a los ojos de la Santa Sede,” nadando contra la corriente de la “amistosa hostilidad” de la Curia y aquellos jesuitas que seguían pensando que el primado de lo social había desnaturalizado la esencia de la Compañía.