Planificando para cuál mundo

“…aquel que vive, debe estar preparado para los cambios”

Algo podemos aprender del autor a quien se atribuyen esas palabras. Se trata del escritor alemán más valorado de nuestra era, Johann Wolfgang von Goethe, …Goethe. El imaginativo creador de Mefistófeles vivió en un territorio en constante transformación ideológica, territorial, política y administrativa, y podía además notar los vientos de revolución industrial que llegaban desde Inglaterra. Era un contexto de grandes cambios de paradigma, como el nuestro.

En 1795, justo en los días en que Goethe publicaba en Weimar su segunda novela, Los Años de Aprendizaje de Wilhelm Meinster, la guerra con la Francia revolucionaria entró en una etapa de negociaciones a gran escala. La Prusia en la que su novela Fausto fue tan influyente firmaba en Basilea unos acuerdos que permitirían la retirada gala del territorio alemán. Igualmente, en aquella misma ronda de primavera suiza, España recuperaría sus territorios vascos y catalanes a cambio de unas tierras en ultramar, el entonces inestable Santo Domingo Español.

Todos sabemos que aquel territorio que solo se acercó al mundo de Goethe por estar en el póker de Basilea, terminó no siendo francés, tampoco haitiano. Casi todo es hoy República Dominicana, una nación que pudo adaptarse luego de la Primera Guerra Mundial para ser un importante centro de producción agrícola, lo que la llevó a un crecimiento económico histórico, y que pudo de nuevo adaptarse a finales del siglo pasado para abrazar una economía de servicios y convertirse en uno de los destinos turísticos más importantes del continente. Una nación que ha sabido mantener su capital más importante desde los años 60: la imperfecta pero envidiable paz social que hace que las transformaciones sean posibles y podamos sobrevivir en el tiempo. Aquella lejana y turbulenta tierra jugada en Basilea es hoy una de las economías de más acelerado crecimiento de América. Pero su buen navegar en el océano del tiempo depende de cuán en serio nos tomemos las señales del presente, de cuán bien logremos hilar el contrato social para una nueva diversificación económica de cara a las próximas décadas.

Antes de que todo esto nos parezca extraño, consideremos que las grandes transformaciones que sufre nuestro mundo hoy también son extrañas, pero historiográficamente lógicas. Los órdenes mundiales como aquel en que nacimos no son eternos. La integración global que se consolidó en tiempos de estabilidad, de la que depende nuestra economía de remesas, turismo y exportación, se juega su existencia en el largo plazo considerando cinco fuertes predictores: (1) polarizaciones políticas internas y prolongadas en las naciones más poderosas de Occidente, (2) guerras en zonas de alto valor estratégico, (3) posibles nuevas pandemias, (4) posibles reacciones sociales a gran escala dentro de naciones del G7 ante los nuevos flujos migratorios de refugiados en busca de asilo, y finalmente, (5) posibles reacciones sociales ante los anticipados efectos de una Inteligencia Artificial autónoma.

Para tener unas pinceladas, en febrero de este año el Future of Life Institute incluyó la “IA no gobernada” en una lista de cuatro “amenazas existenciales”. Complementariamente, en una declaración sin precedentes, el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterrez, reconoció en el mismo mes que “nuestro mundo ha entrado en una era de caos” viendo que el Consejo de Seguridad no podía ponerse de acuerdo ante los “terribles conflictos” proliferando en el planeta.

Todo parece apuntar a un nuevo ciclo de darwinismo internacional que nos podría significar vacas flacas en las próximas décadas, y que amerita un gran pacto socio-económico para transformarnos y abordar riesgos inherentes. En un plan nacional como ese, la búsqueda de autonomía integral sería probablemente el eje transversal que detone y expanda inversiones sin precedentes en industrias primarias y secundarias (materias primas y transformación), vinculadas a la innovación y desarrollo científico local. Estas inversiones abarcarían por supuesto una nueva estrategia educativa orientada a estos sectores que permita su florecimiento en el tiempo y en diversas escalas. En paralelo, todo esto conllevaría una proporcional inversión en defensa y seguridad, acompañada de inversiones culturales que fortalezcan nuestros lazos sociales y fomenten cohesión interna. Finalmente, una agenda para este potencialmente convulso siglo 21, necesitaría un pacto ambiental que garantice la regeneración y preservación de nuestros recursos naturales.

Si todo esto no es histrionismo o teorías de conspiración, si tampoco se trata del fin del mundo más que del fin del mundo que heredamos, ¿planificaremos este nuevo capítulo o lo veremos desplegarse ante nuestra mirada pasiva?, ¿podríamos caer algún día vulnerables en una mesa de juegos como la de Basilea? El mismo maestro alemán, navegante de aquellas aguas picadas de su tiempo, también observó: “las ideas atrevidas son como piezas de ajedrez que se mueven hacia delante. Pueden ser derrotadas, pero pueden iniciar también una partida ganadora.”

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