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Metáforas propias a una isla, la de Santo Domingo

El ensayo antropológico que, gracias a la acogida editorial del INTEC, puse en circulación la tarde del once de julio recién pasado está intitulado: La isla de Santo Domingo. Sancocho cultural y rompecabezas histórico del Caribe. Obviamente, sin la intención de ahorrar su lectura, paso a exponer, en una apretada síntesis, el hilo conductor de una obra que aparece subdividida en cuatro secciones que diseño a seguidas.

1ª La inmigración y el sancocho cultural dominicano

A lo largo de la primera sección, discierno el modelo migratorio dominicano, en contraste con otros más publicitados, como el crisol estadounidense o los guetos europeos. En ese contexto, lo característico del modelo dominicano fue y sigue siendo su carácter acogedor e incluyente, sin importar el grupo étnico y/o nacional del que se trate. Para muestra boton.

Al día de hoy, el territorio dominicano alberga flujos migratorios tan diversos, como el de chinos, japoneses, libaneses, judíos, sirios, italianos, alemanes, franceses, canadienses, estadounidenses, centroafricanos, españoles, caribeños y latinoamericanos en general, desde el Río Grande hasta Tierra de Fuego. Todos ellos, sin excepción, aunados entre sí, en un cuerpo social heterogéneo, sin guetos funcionales ni exclusiones permanentes; y, por demás, tampoco se registra la imposición de un ideal sociocultural que regentee, a la usanza del WASP , ese verdadero crisol.

De ahí la metáfora del sancocho cultural del pueblo dominicano para significar un modelo migratorio único. Su singular ejemplaridad reside, -en la práctica familiar y en el ámbito de lo privado, al igual que en el orden institucional del dominio público- en sus frutos de integración racial y de convivencia pacífica, solidaria y ordenada de las más divergentes ascendencias étnicas y nacionales.

Apodar por vía de una metáfora el referido modelo migratorio de sancocho, y bautizarlo por añadidura de cultural, significa, por consiguiente, la antesala germinal del ADN o código cultural del dominicano, ese que resulta presente de la evolución y transformación identitaria dominicana. Sin la ocurrencia de aquel proceso de incorporación del inmigrante a la sociedad que los asume e incorpora, ese ADN cultural terminaría empobrecido —por efecto de una especie de endogamia también cultural— e inadaptado al cambiante mundo contemporáneo, en el que la migración de recursos y talentos es su parte más universal.

2ª La presencia haitiana

Sin salir del contexto anterior, empero, imposible ocultar el sol con un dedo. Por eso, valiéndome de la expresión popular dominicana: “El pelo en el sancocho”, reconozco -a lo largo de la segunda sección del libro- la presencia de un único ingrediente étnico que, a pesar de ser la excepción de una regla, no deja de ocasionar el desagrado de no pocos ante la inmigración haitiana al país. Tan notable es la presencia haitiana en dominio dominicano hoy día que, si bien está consentida e inducida por complicidad de las partes, no deja de ser tema de sospecha y de malos augurios, en razón de su exponencial e incontrolables impactos demográficos y laborales, en toda la geografía y sectores de la vida nacional.

Por eso mismo, ¿acaso las diferencias y contrariedades personales tienen un origen indeleble en la formación histórica de ambas repúblicas? ¿Será vulgar conflicto racial o de prejuicio dominicano, anti haitiano? ¿Qué decir de la socorrida xenofobia o de la supuesta divergencia de sistemas culturales -africanos e hispánicos- enfrentados entre sí, en sus tradiciones coloniales y republicanas?

Detalle a detalle, pesquiso y discierno las respuestas a tantas cuestiones controvertidas. Así, entre dimes y diretes, adelanto por fin una respuesta de índole antropológica a propósito de la anomalía del pelito haitiano en el sancocho cultural dominicano. Dejo a cada uno leer y, entonces, evaluar la respuesta que aporto a esas y algunas otras controversias.

Por el momento, me limito a señalar que la antedicha respuesta antropológica despeja el camino a una realidad de envergadura isleña, pues nos expone -a todos- a lo mejor y a lo peor de cada uno de nosotros mismos, de uno u otro lado de la ya centenaria e irreductible frontera dominico-haitiana.

3ª El desconcierto y el rompecabezas político haitiano

En la tercera sección del libro, me adentro en la composición propiamente dicha del pueblo haitiano, como paso indispensable para entender el acerbo y peculiaridad de ese inmigrante, una vez establecido en el lado oriental de la Española de antaño.

La sociedad haitiana propiamente dicha -no la colonial, con colonos regenteando diversos grupos tribales en sus plantaciones- estuvo originalmente compuesta por representantes de las más variadas razas, etnias, culturas y religiones. Ese mosaico llegó a incluir a campesinos polacos, blancos y católicos, procedentes de los restos del ejército napoleónico, así como a musulmanes mandingo y hausa, así como a animistas del Congo o Mozambique.

En ese contexto, la convivencia social se encontró en completa ruptura con una base tradicional africana que, durante siglos, había introducido la esclavitud como modo de regulación social. Eso conviene subrayarlo: la reacción haitiana es oriunda de Haití, singularmente haitiana, no africana. Para ella lo intolerable es, tanto la explotación del trabajo humano, asalariado o de esclavitud, como la obediencia a quienquiera asuma la figura del jefe, patrón o superior jerárquico, en Haití.

Por eso, de existir, un estudio histórico-antropológico de las llamadas bandas bozales y de su posterior relocalización -tras la muerte de Lamour Desrances y de la fundación del Estado haitiano- el mismo avalaría el protagonismo de un campesinado teñido de ‘cimarronada’.

En ese telón de fondo develo el metafórico rompecabezas histórico de la parte haitiana. El mismo trasluce el desasosiego que generan, concomitantemente, una formación republicana, occidentalizada -cuasi a modo de superego impuesto- por la fuerza de los hechos políticos, y la constante fuga migratoria del haitiano, sometido a un interminable presente siempre agónico para él.

En resumidas cuentas, al margen del valor emblemático del magnicidio de Jean-Jacques Dessalines, el del finado Jovenel Moïse favorece en la actualidad histórica de esa sociedad un interminable flujo migratorio de haitianos despavoridos. La presión descontrolada y desmedida del éxodo poblacional que allí se escenifica, pone a prueba, en el lado oriental de la isla, la capacidad de integración funcional y aculturación del sancocho cultural dominicano, en tanto que nutriente singular y característico de la dominicanidad.

4ª Epílogos relativos a lo incierto de lo inconcluso

En la última sección, presento la concepción a la que llego una vez que se enfrentan, cara a cara, las repúblicas haitiana y dominicana. Esa concepción, al tiempo que contradice revueltos augurios dialécticos y atemporales escenarios analíticos, se basa en los momentos históricos de cualquier analogía de raigambre medieval. En ese sentido,

 La composición sociocultural e institucional, así como las fuerzas motrices de ambos Estados y poblaciones sitos en la Isla de Santo Domingo,

-Hay que aunarlas (por razones geográficas, socioeconómicas y medioambientales), pero sin confundirlas ni fusionar a los actores y sus respectivas instituciones entre sí (por la historia política de ambas repúblicas isleñas);

-Y, por ende, hay que diferenciar a ambos pueblos (étnica, institucional y culturalmente coetáneos, aunque no necesariamente contemporáneos), pero sin distanciarlos ni aislarlos entre sí (tal y como queda explicado y justificado por la coexistencia del ensayo del sancocho cultural y el rompecabezas histórico en el Caribe).

Por consiguiente, celebro los vínculos de acercamiento de dos pueblos limítrofes que -por sus respectivas trayectorias y ordenamientos- siguen siendo irreductibles en la proximidad de sí mismos y coincidentes en sus propios distanciamientos. Como tales, por ahora, están llamados a revalidar su mutuo respeto, solidaridad, derechos y divergencias, en y desde la isla de Santo Domingo.

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