Síndrome del impostor
Regularmente, tanto en el trabajo pastoral como clínico, se escuchan personas expresándose en estos términos: “no sé cómo aún no me han despedido. Se van a dar cuenta de que no valgo para este trabajo. Estoy aquí por pura suerte. Soy un fraude”. Tales expresiones surgen en individuos aparentemente exitosos, pero describen su realidad haciendo uso de pensamientos negativos, irracionales o distorsiones cognitivas. Normalmente, así hablan las personas con el “síndrome del impostor”. Algunos psicólogos, entre ellos, Sandi Mann, en su libro “El síndrome del impostor”, cuya lectura recomiendo, prefieren hablar de “experiencia impostora” o “fenómeno del impostor” porque consideran que los vocablos “condición” y “síndrome” insinúan un trastorno mental. De hecho, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales no está clasificado como enfermedad o condición mental. La experiencia impostora fue acuñada a finales de los años 70 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes. Tal síndrome presenta tres características distintivas en las personas: consideran que los demás tienen una concepción exagerada de las capacidades o habilidades de ellos; el miedo a ser descubiertos y denunciados como tramposos; atribuyen su éxito a factores externos, como la suerte o el trabajo duro. Evitan decir lo que piensan, aun siendo capaces, se limitan a apadrinar las ideas de los otros, asumiendo una especie de “adulación intelectual”. Regularmente, estas personas proceden de familias con miembros de grandes éxitos y con hijos prodigios. Sin embargo, los expertos creen que un 80% de la población mundial sobrelleva la “experiencia impostora”. La población con mayor propensión a padecer el fenómeno está: alumnos, académicos, estudiantes universitarios, profesionales y personas con padres muy exitosos. Gestionan escasas expectativas de éxito; experimentan el triunfo, pero no se sienten dignos de este, manejando dos creencias contradictorias (disonancia cognitiva); para resolver la disonancia cognitiva atribuyen su éxito a causas externas y temporales (suerte), en lugar de las causas internas estables (talento). Trabajan muchísimo para que no se descubra su “falsedad”; no confían en sus capacidades. Quienes presentan el síndrome siguen reglas internas muy precisas, a través de palabras como: “debe”, “siempre”, “no” y “nunca”, promoviendo así una diversificación de impostores. En efecto, hay cinco tipos de impostores: el perfeccionista, coloca los objetivos y expectativas muy altas, no delega, todo tiene que ser perfecto. El superhombre o supermujer, no está vinculado a lo que hace, sino a lo mucho que hace, no admite la debilidad, hace frente a todos. El talento natural, posee un don innato, todo debe ser fácil para él. No admite que tenga que esforzarse, no intenta las cosas más de una vez como el perfeccionista. El individualista, no cuenta con nadie, toda ayuda o felicitación lo hace ver como un impostor y un fraude. El experto, se considera un perito en su área, pero considera que esto no es merecido, tiene que saberlo todo porque es un individuo versado. Las personas impostoras han de trabajar la: autoconciencia, autoestima, autoafirmación y autoconfianza. Existen dos cuestionarios para identificar si tienes el fenómeno y las tipologías del impostor.