Modos de vida
En ciertas condiciones médicas, es posible que la persona afectada reciba una severa advertencia. El doctor, luego de evaluar el caso pormenorizadamente, puede decirle a su paciente que tiene que variar radicalmente su modo de vida, sea dejando de hacer cosas actualmente hace, o haciendo otras que hasta la fecha no ha estado llevando a cabo. Quizás le imponga restricciones dietéticas, conminándole a dejar de comer algunos productos o reemplazarlos por otros más saludables. O pudiera ser que le establezca un plan de ejercicios, que le sugiera cambiar de trabajo y dedicarse a actividades menos estresantes, o que le prohíba algunas actividades físicas que están agravando sus padecimientos. De no cumplir con esas recomendaciones, las consecuencias para el paciente podrían ser funestas.
El paciente puede reaccionar inicialmente negando la existencia del problema, tratando de convencerse a sí mismo de que no hay que preocuparse pues todo va a estar bien. Más adelante, cuando acepta que realmente hay algo que resolver, puede que intente hacerlo de la forma más fácil, con uno que otro medicamento, pero sin cumplir cabalmente con las cosas que le implican mayores esfuerzos. Esa resistencia a seguir las instrucciones médicas se debe en gran parte a la dificultad que las personas tienen para modificar sus modos de vida, ya que el costo emocional y económico de hacerlo puede ser muy elevado.
En otro plano, el planeta tierra está enfermo, y la gran mayoría de quienes vivimos en él no hemos respondido adecuadamente a la emergencia. Puede ser que no nos importe el asunto, y que aun si reconocemos que existe un problema, en la práctica continuemos haciendo lo mismo que hemos hecho siempre. O que creamos que los efectos del deterioro sólo serán significativos cuando ya hayamos fallecido.
Un grave obstáculo para la solución del cambio climático es aceptar sus costos. Habrá que convivir con menores disponibilidades de energía, menos viajes, fuerte desempleo sectorial, alzas de precios y otros sacrificios. No nos percatamos de que la alternativa son consecuencias aún peores, como pérdida de cosechas, zonas costeras inhabitables, devastaciones por tormentas e inundaciones, salinización, dislocaciones urbanas, desplazamientos de masas migratorias, extinción de especies y demás perjuicios que los estudios científicos pronostican.
El mayor problema, sin embargo, surge del convencimiento de que es a otros, y no a nosotros, a quienes corresponde actuar para mitigar la transformación del clima. Países como el nuestro consideran injusto tener que modificar sus modos de vida y producción, para resolver un problema creado por naciones que, en su momento, se hicieron ricas precisamente gracias a la explotación ilimitada de los recursos naturales, tanto propios como ajenos. Que sean ellos, pues, los que solucionen el asunto. Pero ocurre que irónicamente los efectos del cambio afectan principalmente a naciones situadas en zonas semidesérticas, insulares o golpeadas por el paso recurrente de tormentas, lo que nos coloca entre los más perjudicados.