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MIRANDO POR EL RETROVISOR

La salud mental infanto-juvenil

Los niños, niñas y adolescentes son los más ignorados cuando se habla de atención en salud mental. La razón principal es que erróneamente se piensa que sus vidas están muy ajenas a esos estresores de la vida que son tan notorios cuando se llega a la adultez y a la tercera edad.

Se cree que los jóvenes llevan una vida libre de las preocupaciones y tensiones que son más propias de la gente mayor. En esto también incide que los niños, niñas y adolescentes se caracterizan por ser celosamente reservados, especialmente porque sienten que los adultos terminarán recriminándoles en lugar de mostrarse empáticos con sus anhelos e inquietudes.

El estigma que rodea todo lo vinculado a la salud mental, influye en que las personas –y mucho más los menores de edad- sientan miedo y vergüenza de sincerarse con los demás, aunque sean familiares cercanos.

La niñez y adolescencia son etapas de la vida en que se generan marcados cambios físicos, emocionales y sociales que convierten a este segmento poblacional en vulnerable a diversos problemas de salud mental.

Como docente, cuando en mis salones de clases sale a relucir el tema de la salud mental, se me crispan los pelos al escuchar algunas confesiones de estudiantes que han vivido experiencias traumáticas en completa soledad, sin ningún tipo de apoyo emocional de su entorno y mucho menos profesional.

Y afloran esas secuelas de depresión, ansiedad, déficit de atención, desilusión, trastornos del sueño, inquietud por el futuro y trastornos del comportamiento, que se generan incluso en el ámbito familiar y educativo, fruto de la violencia, discriminación, acoso escolar, una formación muy severa o por el contrario laxa de los padres, limitaciones socioeconómicas y diversos conflictos intrafamiliares.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo cerca de 14% de los niños, adolescentes y jóvenes con edades entre 10 y 19 años padece algún trastorno mental. El suicidio también es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años.

Y lo más grave de esta realidad es que, al no ser tratados a esa edad, las consecuencias se extienden a la vida adulta, afectando la capacidad de llevar una existencia plena en el futuro.

El reducido interés por el bienestar psicológico y la atención en salud mental a que también tienen derecho los adolescentes y jóvenes, incide en que una gran parte termine atrapada por las adicciones con y sin sustancias. En el caso de la segunda, predomina el uso extensivo de redes sociales y otros recursos de internet, donde niños, niñas y adolescentes procuran afanosamente la atención que les niegan sus familiares y allegados en el mundo real.

Precisamente, la semana pasada, Luz Bethania Antigua, quien preside la Fundación Alam Cabrera, llamada así en honor a su hijo que se suicidó con tan solo 17 años, me envió una nota de voz, vía la plataforma de mensajería Whatsapp, para expresarme su preocupación por la gran cantidad de personas que procuran servicios de salud mental en la entidad que dirige, muchos de ellos adolescentes y jóvenes.

Me confesó que están desbordados por la elevada demanda, a tal punto que aún dentro de sus limitaciones por la falta de respaldo estatal y empresarial, han contemplado la contratación de más psicólogos.

A la fundación llegan, además, con más frecuencia casos de jóvenes con pensamientos e ideas suicidas, y otros que ya han intentado quitarse la vida. Y lo más angustiante, Antigua tuvo la amarga experiencia de conocer dos casos de jóvenes que se suicidaron la semana pasada.

Lamentablemente, padres tan inmersos como sus hijos en ese mundo virtual, actualmente son incapaces de enseñarles a sus vástagos cómo gestionar sus emociones y retos de la vida. El descuido y, en la peor de las irresponsabilidades “soltar en banda” conducen a esas conductas disruptivas que terminan en la delincuencia juvenil, en el caso de los varones, y en las uniones tempranas, embarazos y prostitución, en el caso de las féminas.

Lo que veo con tanta frecuencia en mis aulas y el grito de desesperación de Luz Bethania, una mujer empeñada en garantizar bienestar emocional a los excluidos y olvidados de la Seguridad Social, porque todavía lleva a flor de piel el dolor por la pérdida de su hijo, ameritan que la sociedad en general ponga el foco en los adolescentes y jóvenes del país.

Una intervención oportuna a esa edad garantiza la resiliencia tan necesaria en el futuro para enfrentar situaciones adversas y garantizar en las familias un auténtico bienestar psicoemocional. Con un diligente apoyo en ese sentido, una efectiva psicoterapia y sin recurrir a la medicación excesiva, evitaríamos incluso estigmatizar con calificativos como “Generación de cristal”.

Como me apuntó Luz Bethania en su llamado a la conciencia nacional: Se requiere ofrecer un oído comprensivo a las personas agobiadas por diversos trastornos mentales y desafiar los estereotipos negativos asociados a esas condiciones, especialmente en esos jóvenes sin las herramientas tan necesarias para salir del profundo agujero en que caen por la falta de acompañamiento.

La OMS ha exhortado a los países a desarrollar estrategias, programas y herramientas dirigidas a ayudar a los gobiernos a dar respuesta a las necesidades en salud mental de adolescentes y jóvenes.

Para alcanzar esos objetivos se requiere tener a la mano estadísticas confiables y una estrategia de promoción que involucre, no solo a las autoridades sanitarias, sino también a las familias, centros educativos, empresarios y otros sectores clave para garantizar el bienestar emocional de los jóvenes.

El tema amerita ser abordado en otra mirada por el retrovisor que, si Dios lo permite, presentaré el próximo domingo.