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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Renuncia de Arrupe como superior general jesuita

El 3 de septiembre, 1983 el Padre Arrupe presentó su renuncia ante la Congregación General XXXIII seguida de un aplauso interminable. Espigo algunas frases:

“Cómo me hubiera gustado hallarme en mejores condiciones al encontrarme ahora antes Uds.… ni siquiera puedo hablarles directamente…

Yo me siento, más que nunca, en las manos de Dios… Hoy toda la iniciativa la tiene el Señor…

Durante estos 18 años mi única ilusión ha sido servir al Señor y a su Iglesia… Doy gracias al Señor por los grandes progresos que he visto en la Compañía. Ciertamente, también habrá habido deficiencias -las mías en primer lugar- pero el hecho es que ha habido grandes progresos en la conversión personal, en el apostolado, en la atención a los pobres, a los refugiados. Mención especial merece la actitud de lealtad y de filial obediencia mostrada hacia la Iglesia y el Santo Padre particularmente en estos últimos años…

Doy gracias de una manera especial a mis colaboradores más cercanos, mis Asistentes y Consejeros -empezando por el P O’Keefe- a los Asistentes Regionales, a toda la Curia, a los Provinciales. Y agradezco muchísimo al Padre Dezza y al P. Pittau su respuesta de amor hacia la Iglesia y la Compañía en el encargo excepcional recibido del Santo Padre.

Pero sobre todo es a la Compañía, a cada uno de mis hermanos jesuitas a quienes quiero hacer llegar mi agradecimiento… … estén a la disposición del Señor.

A los jóvenes les digo: Busquen la presencia de Dios…

A los que están en la plenitud de su actividad les pido que no se gasten, y pongan el centro del equilibrio de sus vidas no en el trabajo sino en Dios. Manténganse atentos a tantas necesidades del mundo… A los de mi edad recomiendo apertura: Aprender qué es lo que hay que hacer ahora, y hacerlo bien…Quiero recordar a toda la Compañía la gran importancia de los Hermanos.

Estoy lleno de esperanza viendo cómo la Compañía sirve a Cristo, único Señor, y a la Iglesia, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra. Para que siga así, y para que el Señor bendiga con muchas y excelentes vocaciones de sacerdotes y hermanos, ofrezco al Señor, y en lo que me quede de vida, mis oraciones y los padecimientos…”. 

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