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POLÍTICA Y CULTURA

Un “mea culpa” que llegó tarde

¿Cuáles impulsos llevan a un hombre a robar un banco? ¿Por cuales razones una persona se embarca en un atraco bancario y deja ver parte importante de su rostro? ¿cuáles presiones sociales lo empujan a dejar explícitas algunas pistas de su identidad? ¿Acaso el narcisismo como distorsión y vicio de tipificación, anula los riesgos y crea la capacidad de salir airoso de la comisión de un delito grave?

En la medida que nuestra sociedad emerge incorporada a factores endógenos y exógenos, deducidos como una estructura de éxitos y progreso material, en esa misma medida, los individuos expresan ansiedades que los convierten en buscadores afanosos de poder económico . Se presenta una lucha entre el ego y los efectos de demostración que cada vez son más exigentes y demandantes. La vida muelle, presunción social del sujeto de marras, demanda en el individuo ser foco de atención permanente, centro de gravedad social admirado por la plebe de acceso que se erige en vector de una falsa conciencia social. Hay un detalle relevante en las declaraciones del sujeto cabecilla de la acción delictuosa, y es su arrepentimiento, su alegato confeso de haber cometido un “error”, mientras exhibe como compensación su lucrativa y exitosa carrera, de actor, seductor, atleta frustrado, hombre vinculado presumiblemente a estamentos militares o policiales subyacentes. Hay un detalle significativo y es su procedencia social. Es un “triunfador” cuyo trabajo fue incorporado a la especialización de métodos y aforo de resguardo individual, al envanecimiento clásico del “chulo” de cabaret perfumado, los niveles de protección, el acicalamiento y la presencia logística de asesoramiento y cursos de entrenamientos de defensa personal. Hay un detalle que converge en el proceso de investigación del caso, y lo es el hecho del desinterés mostrado por el sujeto en el destino conclusivo del botín recaudado, después de haber cometido el hecho.

La frustración por haber incautado tan poca cantidad de dinero fue un asunto no previsto en el sentido de que momentos antes, ya en la oficina bancaria la gerencia había recogido el grueso de los depósitos y transacciones comerciales, y lo había reportado al depósito matriz. Esa desilusión es lo que explica, que no supiera nada del destino del dinero del atraco y que se fuera con su compañera a disfrutar de los placeres de la playa en el Este del país. Dijo la verdad cuando se levantó la camisa para mostrar que no tenía dinero ni sabía absolutamente nada del dinero. Se supone que no valió la pena correr ese riesgo por ese “menudo insignificante” y decidió dejarlo a sus cómplices más cercanos. Fue en ese momento cuando el sujeto admitió que fue el autor intelectual y personal del atraco, pero que no tenía ni sabía de ese dinero. Dijo la verdad. Abandonó a sus cómplices o tontos útiles y buscó sosiego e independencia de los resultados de la acción delictiva. Les dejó esa “chiripa” de dinero y se desvinculó de la comisión del hecho, probablemente arrepentido de arriesgar su vida por esa “insignificancia”. El Banco había retirado los montos y depósitos grandes, apenas una hora y media antes. Cuando enseñó el vientre levantando su camiseta ante el comunicador que lo entrevistaba, se estaba lavando las manos como Pilatos, a destiempo entregando los malhechores cómplices, incluido su hermano muerto. Un arrepentimiento que llegó tarde, muy tarde.

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