Imitaciones valiosas

La creatividad es una virtud que todos alabamos. Hay actividades, como son las artísticas, en las que la capacidad de innovar, de hacer cosas diferentes, es un componente vital del éxito. Por supuesto, un artista, digamos un pintor, puede dedicarse a copiar obras producidas por otros artistas, y llegar a ser muy bueno haciéndolo, pero es probable que no consiga el nivel de reconocimiento que otros pueden alcanzar desarrollando sus propios estilos.

En la economía, por igual, la creatividad es un activo muy valorado, siendo en algunos sectores, como la publicidad y la investigación tecnológica, un rasgo verdaderamente esencial. Pero esa valoración de las dotes creativas de las personas no debe hacernos olvidar el rol fundamental que la imitación desempeña para el buen funcionamiento de las economías.

La imitación conduce a que formas exitosas de comportamiento tiendan a ser copiadas. Ante la evidencia de que una actividad genera beneficios, otros individuos y empresas procurarán hacer lo mismo o algo parecido. En ciertas circunstancias puede haber patentes que lo impidan por un tiempo, pero en la mayoría de los casos es posible seguir los pasos del pionero creativo y ofrecer un bien o servicio equivalente.

El papel de la imitación en la economía se manifiesta por medio de los efectos de la competencia. Otorga una dimensión temporal a los beneficios privados generados por los aportes creativos, como si fuera una fecha de caducidad, eliminando la ganancia diferencial por ese concepto, lo que incrementa la oferta y tiende a reducir los precios de mercado. Y, muy importante, hace necesario efectuar nuevos aportes creativos para volver a generar dichos beneficios privados diferenciales, lo que contribuye a la renovación y diversificación de la producción.

Hay que añadir, sin embargo, que quienes ven sus creaciones e innovaciones copiadas tienen razones válidas para no compartir ese aprecio por los efectos económicos de la imitación. De hecho, puede parecer injusto que los frutos de un descubrimiento, por ejemplo, sean aprovechados por otros individuos o empresas que no estuvieron involucrados en su desarrollo. Pero salvo casos excepcionales en que los procesos y formulaciones pueden ser mantenidos en secreto, la imitación es esencialmente inevitable, pudiendo sólo en algunos casos lograrse resarcir a los inventores o innovadores originales.

No se ha comprobado, sin embargo, que la imitación detenga el flujo de nuevas innovaciones, lo que es con frecuencia atribuido a la existencia de mercados protegidos por leyes que favorecen al innovador. Otra causa, no obstante, radica en que es posible que la imitación no sea inmediata, requiriéndose de tiempo para copiar la tecnología, reproducir las instalaciones y sacar los productos a la venta, tiempo éste que puede ser utilizado por los innovadores para recuperar sus inversiones, obtener ganancias, promover sus marcas y consolidar sus posiciones en el mercado.

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