MIRANDO POR EL RETROVISOR

A los héroes anónimos de mi ejercicio periodístico

Cuando cursé la asignatura “Comunicación Radiofónica” en la universidad, tuve que investigar sobre el origen y evolución de ese medio de comunicación. Me fascinó comprobar que el descubrimiento de la radio y la posibilidad de realizar las primeras transmisiones fue producto de una suma de esfuerzos.

Y tanto es así, que la paternidad de la radio no se atribuye a una sola persona, aunque se citan como sus principales precursores a Heinrich Hertz, David Sarnoff, Guillermo Marconi, Nikola Tesla, Reginald Fessenden y Alexander Popov.

En el ejercicio de la Comunicación Social pasa igual. Tradicionalmente el mérito del producto final recae en el periodista, cuando en realidad participan un conjunto de actores que quedan siempre en el anonimato, pero sin su contribución el resultado no sería el mismo.

Al cumplir el mes pasado 30 años de ejercicio periodístico es justo reconocer que gran parte del éxito que se me atribuye, ha sido fruto de una serie de aportes –como el descubrimiento de la radio- sin los cuales mi trayectoria no sería la misma.

El poeta, periodista y educador petromacorisano, Federico Bermúdez (1884-1921), a quien el también escritor y expresidente de la República, Joaquín Balaguer, definió como el gran exaltador de “las clases sin fortuna, en versos de profunda resonancia humana” escribió un hermoso poema titulado “Los humildes”, para resaltar a quienes en el campo de batalla son los reales artífices de las victorias, aunque la gloria recaiga finalmente en el capitán. Un fragmento del poema expresa: “Vosotros, los humildes, los del montón salidos, heroicos defensores de nuestra libertad, que en el desfiladero o en la llanura agreste cumplistéis la orden brava de vuestro capitán. Vosotros que, con sangre de vuestras propias venas, por defender la patria manchásteis la heredad, hallásteis en la lucha la muerte y el olvido, la gloria fue, absoluta, de vuestro capitán”.

Una verdad absoluta. Cuando se habla del héroe de la batalla del 19 de marzo de 1844, pensamos en el general Pedro Santana, quien más tarde incluso fue reconocido por la reina Isabel II de España con el título de “Marqués de las Carreras”, debido al éxito que alcanzó contra las tropas haitianas del militar y político Faustino I, en esa demarcación de la provincia Peravia. Nadie recuerda a un solo integrante de las tropas que defendieron la Independencia de la República, en ambas batallas.

Las noticias, entrevistas, crónicas y reportajes son sin dudas el resultado del trabajo esencial del periodista. Pero esos profesionales reciben también la valiosa participación de los fotorreporteros que captan el momento preciso de los hechos narrados y descritos. Su contribución es tan significativa que, en los últimos años, también se han creado premios para reconocer la labor de los profesionales del lente. Iguales reconocimientos deberían recibir los camarógrafos de medios televisivos.

El chofer de prensa mueve a periodistas, fotorreporteros y camarógrafos a los diferentes escenarios donde se generan las noticias, a veces en vehículos sin las condiciones requeridas, detrás de una veloz comitiva presidencial, para solo citar un ejemplo. Así se convierte, este incansable trabajador de los medios, en un ente clave que en muchas ocasiones hasta arriesga su vida para sacar al equipo que transporta de escenarios riesgosos.

En las redacciones de medios hay otro personal vital que aporta a la calidad del trabajo final. Editores de secciones y de páginas, el cada día más escaso corrector de estilo, diseñadores, escaneadores, infografistas, editores de vídeos, creadores de contenidos especiales y todo el personal que labora manejando redes sociales y otros recursos de internet.

Y ni hablar de ese personal tan anónimo en los medios que agiliza y contribuye a que sea más confortable el trabajo del equipo de redacción. Secretarias que gestionan dietas para viajes, suministran a tiempo los insumos para el trabajo, el personal técnico que vela por la adecuada condición de los equipos electrónicos y el apoyo tan valioso de las recepcionistas de prensa.

Creo que, si sigo mencionando aportes, la lista sería bastante numerosa, porque en mi caso particular, suelo apreciar, como pocos imaginan, hasta a quien me brinda ese café que revitaliza en medio de una agotadora y estresante jornada laboral.

Aunque siempre se alega que segundas partes nunca han sido buenas, en el artículo del domingo pasado sobre mis tres décadas de ejercicio periodístico, por razones de espacio, no pude abordar esa parte y otros dos aspectos que me colman de satisfacciones profesionales.

No quiero dejar pasar la fecha sin mencionarlos. El primero, los protagonistas de la mayoría de mis historias contadas se han convertido en fuente de inspiración y un manantial donde he abrevado cuando los estresores de la vida asoman sin pedir permiso.

He asimilado la fortaleza de personas que luchan contra diversos trastornos mentales, la determinación de adictos que intentan dejar el pernicioso vicio de las drogas, la entereza de quienes se han sobrepuesto a discapacidades físicas y hoy son entes productivos, la tenacidad de pacientes que se aferran a la vida bajo los rigores de enfermedades catastróficas y el optimismo de los que han perdido a seres queridos en medio de sucesos desgarradores.

Y como colofón, quiero mencionar a aquellas personas con quienes te relacionas durante el ejercicio de esta profesión fascinante y que desde las tribunas se convierten en ese aliciente que acrecienta tus firmezas, valores y convicciones.

Son lectores que han seguido muy de cerca mis trabajos periodísticos y, en sentido general, mi trayectoria profesional. Dan seguimiento con fruición a todo cuanto escribo, motivándome a perseverar cuando asoman el desánimo y las frustraciones, porque no logramos propiciar el mundo ideal que tanto anhelamos.

Las gracias a Jehová porque ha puesto en mi camino de 30 años de labor periodística a las personas que han marcado mi ejercicio hasta convertirlo en una experiencia de vida invaluable.

Ese respaldo aviva cada día la llama por “el mejor oficio del mundo”, como lo definió Gabriel García Márquez. Valoro ese acompañamiento que, cual adrenalina -como apuntó también el escritor colombiano, mantiene intactas las emociones, tantos años después, por el “pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, y la demolición moral del fracaso”.