OTEANDO
El reto es no reincidir en el engaño
Cuando la receta para la solución de uno o varios problemas nacionales está forzosa y previamente identificada como la única alternativa viable, pueden ocurrir dos cosas: si la medida pendiente de tomar es estimada por la población como beneficiosa o, al menos no lesiva para sí, es posible que desee mayoritariamente que el Gobierno la implemente y, es más, en la primera hipótesis, los ciudadanos hasta se sientan tentados a ejercer acciones políticas de presión para conseguir que las indicadas decisiones se asuman a la brevedad. Se trata aquí del proveimiento de algo de lo que podría depender hasta la propia subsistencia de muchos.
En cambio, cuando los ciudadanos identifican la decisión a tomar como algo que devendrá lesivo a su statu quo (i.e. una disminución de lo que ya disfrutan en términos de derechos conquistados o grado de bienestar alcanzado), el asunto puede tomar derroteros no deseados por los responsables de gestionar cosa pública. Es innegable entonces que lo ideal sería la ignorancia de lo que vendrá, pero, como las cosas son como son y no como deben ser, es tarea del Gobierno “capear el toro” utilizando las habilidades y los recursos con que cuenta para ello.
Lo anterior viene a cuento a propósito del advenimiento inminente de una reforma fiscal cuya necesidad está tan prevista como cacareada desde que se formuló la “Estrategia Nacional de Desarrollo 2030”, pero que nadie ha querido “meterle el pico” por dos razones fundamentales: los políticos de hoy promueven e implementan lo que Byung-Chul Han denomina “La sociedad paliativa”, no hay soluciones definitivas a nada, se comportan como algofóbicos. Temen al dolor social que causaría una u otra medida y prefieren irla postergando, auxiliándose de los parches, mismos que al final perturban su ineludible aplicación haciéndola más difícil por ausencia de una plataforma que las legitime.
La espera produce algo más: la incertidumbre se apodera de las mentes y los ánimos empiezan a deteriorarse en los planos individual, colectivo, empresarial, sectorial, etc., y, al final se produce un freno deducido del “no saber” por dónde viene la cosa, conocimiento imprescindible a la hora de programar y de invertir. Por ejemplo, si la propiedad inmobiliaria será gravada, pero nadie sabe en qué proporción, solo ese elemento ralentiza las inversiones en ese sector. Lo peor es que la sociedad ha desarrollado desconfianza en los gobiernos y piensa que, cada vez que haya reformas, lo que se les quita a los ricos se les devuelve por otro lado. El reto es no reincidir en el engaño.