La reforma fiscal y la asfixiada condición de la cultura

La condición asfixiada de la cultura nacional no es teoría o postulado inverificable; tampoco teorema por demostrar; menos aún tesis sin correlato en la cotidiana experiencia.

Es tan grave y tan evidente su parálisis que adquirió dimensión de axioma y desde su otrora estado de territorio florido y lloviznado, de juventudes democratizadoras mediante las artes ilusionadas ante el destino mejor, vino a ser duna desértica del alma, manantial muerto, páramo.

Es, a duras penas, resultado del desconcierto y el ¡Qué me importa! Saldo de un manojo de actividades política y socialmente despreciadas que, sin embargo, tanto aportaron a la democracia para, sin embargo, terminar de ella expulsadas. Su condición lastimera es tal, a tal punto descorazonada, que “la gente” la concibe inútil, de sus vidas desvinculada. Sus espacios, antes pletóricos del activismo entusiasta y sonoras figuraciones y cantatas, agonizan sin inquietud, ignorando qué mariposa puede andar revoloteando las almas. Vinieron a ser anaqueles donde la oquedad engalana sus arrogancias y una música caníbal y canibalizada entona sus sórdidas sonatas. Hasta ahí la insensibilidad monetizante decidió arrastrar lo que, por su gran éxito y tantos maltratos, dejó de respirar y latir; lo que perdió nervaduras para activar el interés, fecundando respuestas en ese espíritu ciudadano que, harto de carencias, increpaba; que, sin respuestas, ahoga en silencio y frustración hasta ignorar su existencia y valor, hasta constituirse en ese absoluto violento y autoritario que ingresa a los territorios de la prepotencia gregoriana, grave, profunda, de oscuridades e ignorancias, a pretenderlo todo a cambio de nada; a pensar que puede delinquir en grados hiperbólicos; que escalando esas empinadas cumbres de los rascacielos bajo los cuales no crecen flores ni fluyen manantiales, terminan liberando sus espíritus de monstruos temerarios, de seres destruidos y devastados, carentes de músculos emocionales y nervios afectivos; que sólo se sienten ser y se piensan desde la irresponsabilidad de lo poseído y gozado hasta que, finalmente, víctimas del síndrome Dennin-Kruger, asaltan las habitaciones del amor, los bancos, las intimidades y las confianzas, ingresando a matar a cuantos dijeron proteger y sus caminos acompañaron.

De sibilas flautistas del futuro humano, la cultura está siendo construida en Moira de terror y espanto. Quienes a mirar sus ojos de luz llenos desde las alturas de sus inocencias y el alma reverdecida se le acercan encuentran la venganza social y política: el zarpazo de Medusa, esta condena a morir pétreos en los escondrijos y telarañas de las miserias más absurdas y temerarias; a eso, por sus osadías, los sentencia el estrafalario minotauro.

Así la miel que produce la cultura queda empozada, prisionera en esos pasillos contiguos, inexpugnables y geométridos de estos laberintos neo-cretenses. Incapaz de llegar a los hogares, pierden los sueños los artistas, el terreno donde sembrar armonía y convivencia, esperanza y abnegación, civilidad y respeto: la dominicanidad fortalecida, en fin, que nutriría la identidad desde recónditas cadenas sinápticas.

Ahora, con la reforma fiscal cayendo cual espada de Damocles; con el 0.29 del presupuesto oficial a la cartera y esa participación cuasi muerta en la formación del PIB, proclamamos, que se escuche: ¡Cero impuestos a las actividades y productos culturales!