Las ventanas rotas del cuartel
Para vivir en paz hay que eliminar dos cosas, el temor a un mal futuro y el recuerdo de un mal
pasado”.
-Autor desconocido-
En la cultura dominicana todavía persiste la costumbre de que personas sin conocimiento de las interioridades militares, sobre todo de las aptitudes de sus componentes, hagan recomendaciones, la mayoría sin mala intención, para beneficiar a oficiales, incluso hasta los grados de oficial general o almirante.
Durante las últimas cuatro décadas, he visto intentos de cumplimiento de lo estipulado en la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas echados por la borda debido a decisiones políticas, a veces, carentes de asesoría militar adecuada y responsable. Algunos ascensos y designaciones se han tornado desmoralizantes por haber distorsionado la estructura de la pirámide de mando —en ciertos casos mostrando una desproporción notable de grados en la tabla de organización y equipos castrenses (TOE)—, así como oficiales ocupando posiciones sin el perfil adecuado, por lo que el tema debería analizarse bajo la luz de la sabiduría.
Si no se toman las medidas apropiadas de inmediato frente a las infracciones —por ejemplo de tránsito— (estacionar en lugares prohibidos, exceder los límites de velocidad o pasar con luz roja), y además se opta por la tolerancia de infracciones mayores y más difíciles de solucionar, el panorama luciría muy complicado. Incluso con la aparición de casos insólitos en algún estamento superior del Estado.
Se debe contar con funcionarios civiles y militares capaces y comprometidos con el servicio a fin de obtener cambios positivos, pues uno de los principales males radica en la ejecución sin doctrina ni compromiso institucional.
Philip Zimbardo, psicólogo social de la Universidad de Stanford, llevó a cabo un interesante experimento en 1969 que, gracias al trabajo posterior de James Wilson y George Kelling, se convirtió en lo que se conoce como la “Teoría de las ventanas rotas”.
El experimento consistió en abandonar dos autos de igual color, marca y modelo, uno en el Bronx (NYC), donde convivían pobreza, conflictos y delincuencia, y el otro en una zona distinguida y tranquila de Palo Alto (California). Zimbardo dejó el primer vehículo con las placas de matrícula despegadas y las puertas abiertas. Al rato el auto empezó a ser desguazado por vándalos y a los tres días no quedaba nada de valor en el mismo.
El segundo auto permaneció intacto durante una semana en Palo Alto. Posteriormente, Zimbardo abolló parte de la carrocería y, fundamentalmente, rompió una ventana (de allí el nombre “ventanas rotas”). Llamativamente y ante esta nueva circunstancia, el auto sufrió deterioros similares al dejado en el Bronx.
De manera que la teoría de las ventanas rotas especifica que si en un edificio aparece una ventana rota y no se la repara pronto, irremediablemente las demás ventanas acabarán siendo destrozadas por antisociales. Esto ocurre porque se transmite el metamensaje de que ahí nadie cuida del bien y está abandonado.
Esta situación se puede extrapolar a múltiples ámbitos de la cotidianidad. Si alguien pinta un grafiti en una pared y el dibujo no es tapado con pintura, al poco tiempo estará más cubierta por grafitis. Si se permiten los vicios y no se toman medidas de inmediato, no debería sorprender encontrarnos en medio de un vendaval del que hemos sido parte activa o pasiva.
La bola de nieve del incumplimiento —hasta de normas simples—, como la injusticia, el abuso y la falta de autoridad, tiende a crecer rápidamente ante signos externos de permisividad.
El filósofo Immanuel Kant expresó un principio que denominó “imperativo categórico”: Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal. Es decir, preguntémonos: ¿nos gustaría que las personas mataran y rompieran, robaran, defraudaran o destrozaran el patrimonio ajeno? ¡Obviamente que no!
La meritocracia es fundamentalmente la idea de organizar la sociedad como si fuera una carrera en la que gana el mejor, el más talentoso y el más trabajador, forjado por un carácter íntegro. En el caso dominicano, se debe organizar una sociedad a prueba de desalientos, hasta que las luces de la civilización forjen un Estado virtuoso.
Llevando la teoría de las ventanas rotas al cuartel y al engranaje del Estado (ajustándonos al leitmotiv de este ensayo) aboguemos por no romper ninguna ventana física ni emocional ajena, sino que, en el ámbito institucional, hagamos lo correcto y reparemos las ventanas cuanto antes para evitar males mayores.
Actualmente, en la esfera militar y sin pretender decir que todo está 100% correcto, he tenido conocimiento de las oportunas intervenciones del alto mando orientando al presidente, basadas en la ley y la razón. Indudablemente que hoy, reconociendo los buenos comandantes pasados, hay muchas menos ventanas rotas que las que ellos encontraron. El reto persiste.
Todos podemos ser parte del daño, ignorándolo o haciéndolo crecer. Preferiblemente debemos ser parte de la reparación colectiva. Esa es la base de un proyecto de nación, de desarrollo nacional y propulsor del Estado de bienestar de la población.