POLÍTICA Y CULTURA

“Devuélvaselos usted, Coronel…”

Las excentricidades son componentes de la vida y tienen tiempo útil si las incorporamos como experiencias para aprender. Nunca dejamos de sorprendernos. A veces pienso, abrumado por la cotidianidad, que debe haber una “mano maestra” detrás de todo lo que inexplicablemente nos sucede o un ángel jugueteando con lo imprevisto, con las rarezas que nos presenta el diario vivir.

En los tiempos de la intolerancia del Poder, y a la vez, de la rebeldía social y política de la juventud dominicana de entonces, el coronel Moncho Henríquez, era el temible jefe del Servicio Secreto de la Policía Nacional, cuya función más inmediata entre otras, era perseguir y reprimir a sectores políticos adversos a la entonces Administración política del Estado. El sujeto tenía ficha represiva desde los años finales de la tiranía trujillista, cuando operaba en la región Este, específicamente en San Pedro de Macorís, donde se le atribuyeron varios actos homicidas en perjuicio de luchadores contra la dictadura. Moncho recobró nombradía durante la jefatura del coronel Neit Nivar Seijas al frente de la Policía. Volvió del ocaso a reintegrarse al cuerpo policial. La amnesia política había borrado la comisión de actos delictivos ocurridos en los años finales de la dictadura. Así fue incorporado al cuerpo del orden, pasando por alto los expedientes que se les habían formulado con anterioridad. Una tarde de marzo de 1978, el Dr. José Francisco Peña Gómez, en plena actividad y campaña de lucha electoral, me instruyó para que yo fuera al hotel Jaragua, en ese entonces administrado por Papito Santa Cruz, compinche de Moncho, con la finalidad de que procurara a un delegado de la “Internacional Socialista” que se había hospedado allí. Iba por un pasillo rumbo a mi encuentro con ese compañero, cuando desde una habitación con la puerta abierta, alguien en el fondo me llamó por mi nombre. Me detuve y observé al señor que me invitó a entrar, agitando sus manos. Era el temible jefe del Servicio Secreto.

Cauto, me mantuve en la puerta, mientras él se acercó y me inquirió, que si acaso yo era amigo del escritor Andrés L. Mateo. Andrés es mi hermano, le dije. ¿Sucede algo con él?, proseguí. Lo tengo detenido, acaba de regresar de Cuba donde estuvo 6 años y lo estoy investigando. Aproveché para explicarle que Andrés era un intelectual que honraba al país y que defendía con gallardía sus ideas de cambio social y político. Entonces, Moncho me dijo que le había incautado una serie de libros comunistas y que se los quería devolver, por lo cual me los iba a enviar a mí para que se los hiciera llegar porque sabía de nuestros vínculos. Producto de mi juventud le riposté, “Coronel, los libros no muerden, son ideas y se combaten con ideas. Devuélvaselos usted”. Muchos años después, oí una voz que me llamó, “Raful, quiero verte”. Era Moncho, quien estaba viviendo al lado del negocio de revistas de “Macalé” en la calle Nouel. Me dijo, “mira las vueltas que da la vida, ahora soy colaborador del PRD”, mientras me mostraba un carnet perredeísta. No volví a saber de él, hasta que me enteré en el 2011, que había sido asesinado en un ajuste de cuentas de drogas mientras se dirigía a una gallera en los predios de Los Alcarrizos. “Cosas veredes, Sancho”.