Los comunicadores en la articulación política de la crispación
“Reconcíliate pronto con tu adversario mientras vas con él por el camino, no sea que tu adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel”.
MATEO 5:25.
La crispación refiere un tipo de estrategia política; un conjunto de herramientas del discurso y la conversación políticos tendentes a lograr objetivos en medio de coyunturas percibidas como de alto riesgo para su supervivencia y desarrollo por nucleamientos socioeconómicos con afiliaciones e intereses partidistas, instituciones, agrupaciones, organizaciones, candidaturas y procuradores de poder.
Como estrategia es, por tanto, insostenible en el tiempo y su permanencia y vigencia dependen de que los actores que las ponen en marcha alcancen los objetivos mínimos que han considerado para sentirse o considerarse básicamente complacidos o gananciosos. Aparece cuando las sociedades entran a un estado de cuasi simétrica mitosis “hemistiquial” y sus actores y organizaciones afectadas ponderan que preservar ese nivel de posicionamiento les será rentable o les facilitará incrementarlo. De tal manera optan por alcanzarlo. Para lograrlo, recurren a una apuesta dramática: generalizar un estado de incertidumbre social. Lo propalan desde discursos y socionarrativas que, desde la multimedia y redes sociales, persiguen deslegitimar al adversario, al Poder, la administración… Los actos o el status que, en fin, perciben que los extrañan de las satisfacciones, ganancias o Poder aspirados.
Se articula, entonces, cuando las coyunturas y las consecuencias niegan a sus promotores oportunidades aspiracionales cimentadas sobre grados satisfactorios de realidad.
Parafraseando a Skninner, diríamos que la crispación sería, entonces, un conjunto de conductas políticas y sociales articuladas como líneas de acción sostenidas como contrafuertes de la arquitectura política; refuerzos negativos condicionados por la necesidad de obtener las recompensas aspiradas: poder político, incremento de la vigencia, incidencia, posicionamiento electoral; en fin: consentimiento y aprobación.
Uno de los rasgos distintivos del objetivo subyacente a la estrategia crispante es la erosión absoluta de todo vestigio de racionalidad en la conversación y diálogo políticos ante contrapartes y el conglomerado social. Su sinónimo e imagen la constituirían una hiperbólica malcriadez. La “patada del burro”, pataleteo de un feroz e indómito infante testarudo y radical negado a aceptar su realidad política; de quien aprovecha su importante posicionamiento —hiperbolizado o “hemistiquial”— en el terreno de las acciones en cuestión como recurso de permanencia y voluntad de incremento a futuro inmediato y mediato; que se niega a reconocer —o se aferra a aprovechar— las condiciones objetivas en las que desenvuelve su accionar sin detenerse a considerar si sus actos le pueden generar consecuencias imprevistas y negativas.
Todas esas particularidades denuncian la estrategia de la crispación como recurso “de última instancia” que para los actores políticos con el período político-vital o el entorno normativo comprometidos puede adquirir renovados e incrementados atractivo, funcionalidad e interés.
La crispación política, entonces, evidencia la “personalidad” y auto-percepción de los actores que la activan; informa que han ingresado a una fase conductual destructiva que, sin embargo, no considera que también puede contribuir a su autodestrucción o deslegitimidad. La ética desde la cual se articula es la que Max Weber designó “De la convicción”, esa que a lo largo de la Historia ha nutrido y saturado montones inimaginables de aventuras militares y políticas que desembocaron en cataclismos y fatídicos resultados cuando las diferencias entre los posicionamientos, importancia, capacidades y fortalezas de los interlocutores fueron significativamente desiguales. Aunque también existen anécdotas incitantes como la de David contra Goliat.
Si la democracia es diálogo permanente y confrontación relativa en torno a temas de interés social tendente a la construcción de consensos, la crispación se caracteriza por perseguir el disenso, echando de lado todos los temas que pueden conducir a conciliar a los interlocutores políticos. Por ello dimensiona aquellos mediante los cuales es imposible obtener respuestas comunes pues nunca han sido satisfechos por alguien, alguna organización, gobierno o entidad en alguna nación o algún período de la historia.
La adopción de estrategias de crispación política implica la segregación de sus promotores, miembros, adeptos y afiliados en torno a cápsulas geodésicas auto referenciales pues se satisfacen en y vanaglorian de recorrer un camino lineal: idea y regreso sobre sí mismos; habitar una pretendida recomposición encáustica —por auto adherente y aislante— que, como lo experimentado con las desarticuladas organizaciones de ideología radical, pretende la auto-preservación del espacio de incidencia, especialmente el ideológico o mental, represando a sus huestes mediante artilugios de psicología de las masas y adoctrinamientos. Su rasgo distintivo se revela cuando los relacionamientos sociales de sus huestes se construyen desde una auto-supuesta superioridad ético-política frente a los “otros”. La crispación, por tanto, deviene en factor que desestructura la cohesión y convivencia sociales al activar un componente discriminatorio de dimensiones totalitarias, capaz de engullir en sus exclusiones a todos, permitiendo la perspectiva sólo de quien la ostenta y se autosatisface en sí, en su absoluta idealidad.
Muchas sociedades están ingresando, o en el pasado reciente ingresaron, a tal estado de confrontación social extendida y totalitaria que la crispación acarrea.
Cuando tal estrategia contamina la prensa, la opinión y los medios, el rasgo distintivo principal de su presencia son las adjetivaciones hiperbólicas. Se las usa para construir afirmaciones grandilocuentes e inverificables. Una prensa, comunicadores u opinantes que se han auto-otorgado el derecho a exponer “su verdad”, es decir a emitir valoraciones no amparadas en realidad alguna. Y como la prensa y sus actores están bajo los fueros de las leyes de la libre expresión del pensamiento, ejercen el derecho a proferir cuanto sea necesario sin que necesiten garantizar que lo afirmado se corresponda con la verdad, entendida como discurso o afirmación sobre algo o hecho objetivo: metódicamente o empíricamente verificable.
Daniel Vironti, de Huffpost —Prisa Media—, afirmó que su objetivo es simple: “avivar el conflicto para mantener la tensión e instaurar un clima político y social irrespirable”.
Agregó que los medios contribuyen a ella “buscando en cada noticia los aspectos que supongan fricción o disputa”.
De modo que, ante el desencadenamiento de la estrategia de la crispación, están en el deber de garantizar un servicio noticioso y de opinión basado en la verdad que contribuye al desarrollo de lectores y ciudadanos mejor edificados; recursos que no ofrecen sus audiencias a aventureros de la confrontación; que son parte integral del estado democrático, social y de derecho cuya gobernanza debe ser preservada; garantes de que sólo El Soberano puede dictaminar y repartir los niveles de satisfacción que otorga a los objetivos y aspiraciones de los actores participantes en la competencia y la conversación políticas.
De tal modo, el rol de los medios y sus actores ante la estrategia de la crispación difiere en proporción al tamaño político de quienes la adoptan. No es ético, entonces, prestar el poder mediático para que los interlocutores no validados por El Soberano incrementen, desde los medios, su capacidad de disrupción.
Diferente de lo que Vironti considera al expresar que “La desafección busca el cuestionamiento del sistema político, de sus instituciones, de aquellos que las componen y de sus respuestas ante circunstancias económicas y sociales excepcionales”, la confrontación exasperada tiene como fin deslegitimar al oponente o interlocutor desde el discurso y la acción políticos para obstruir el dialogo social, por lo cual necesita dinamitar los puentes que lo construyen, lo que hace abstrayéndose de toda conversación y pasando, por tanto, a un monólogo infinito consigo y sobre sí mismo, recitando sin cesar sus propios puntos de vistas que —eso sí— se encarga de que las redes sociales y los medios refracten hacia la sociedad, los instrumentaliza como recursos especulares de su radicalidad.
He aquí el momento de la prensa y periodismo responsables: evitar tal utilitarismo, ser “boca de ganso” de los propagadores de la estrategia de la crispación.
Por razones de gobernabilidad y gobernanza, es impropio e impensable que tal estrategia pueda ser declarada o desencadenada desde el Poder político constituido. Generalmente la adoptan los perdedores de procesos electorales o por quienes asisten a estos con tamaño y posicionamiento disminuidos. También por mímesis el éxito de la estrategia crispante en alguna u otra nación puede constituirse en atractivo para quienes perdieron elecciones y transacciones políticas o económicas en cualquier lugar de planeta. En un acto mimético como el característico de muchos políticos, opinantes y comunicadores en las economías “en desarrollo”: se sienten tentados a instrumentarla, pensando que obtendrán los mismos resultados y sin considerar con justeza su posición. En tales casos procede instarlos a los actores políticos a que recobren la prudencia en sus la acciones políticas; a demandar serenidad a sus huestes en sus conductas sociales.
No todas las sociedades son iguales y en la trayectoria de sus actos políticos, comunicadores y opinantes pudieron adquirir techos de cristales o de cartón cuando se ignora si serán lluviosos la temporada ciclónica y el monzón.